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Son las cuatro de la mañana y estoy acostado en la cómoda cama de un Holiday Inn en Guadalajara. Los terribles espasmos que sentía en mi estómago, han cedido un poco. Sin embargo estoy agotado por haberme enfermado y recorrer la ruta de los héroes toda la noche.
En plena obscuridad, concentro toda mi atención en un foquito verde que parpadea justo encima de mi cabeza. Me doy cuenta rápidamente que se trata de la alarma contra incendios, puede que haga el lugar más seguro, pero también ayuda a empeorar mi insomnio.
La verdad es que fui muy imprudente y como siempre, llegué a un lugar y traté de comerme todos sus platillos en una sola exhibición.
Apenas tengo un día en la Perla de Occidente y ya probé toda la gastronomía local. Hay que ser muy valiente para ingerir lo que comen los tapatíos. Le entré a la carne en su jugo (que esa si me van a perdonar pero nada más no me gusta), a las tortas ahogadas, a los burritos y a otras muchas cosas más de cuyo nombre no quiero acordarme, so pena de vomitarles todito el blog. Que para ser sinceros con lo mosqueado que está, a estas alturas una guácara, vendría a darle una sensación más orgánica.
Entonces estoy ahí echado, débil, enfermo y agotado, en la cómoda cama del Holiday Inn en Guadalajara. El foquito verde de la alarma contra incendios prende puntualmente cada tres segundos, mismos que yo cuento con un impreciso compás.
No me culpen, a esa hora y en estas condiciones, no encontré otra cosa que hacer.
Mi compañero de cuarto duerme silenciosamente. Así es, tengo un compañero de cuarto.
No es la Generala ni nadie que los distantes lectores conozcan y para ser sinceros, no vale la pena aclarar el punto. Baste decir que en esta ocasión, me encuentro acompañado por otra persona que no sirve a los intereses de la historia, porque está bastante dormido y no lo vamos a molestar. Hay que recordar que son las cuatro de la mañana.
Es por eso que en lugar de prender la tele como cualquier persona normal que no puede dormir, veo el foquito verde de la alarma contra incendios y cuento los segundos que tarda entre que se apaga y se vuelve a encender.
Poco a poco empiezo a componer sinfonías al ritmo del foquito. Comienzo a imaginar cosas al compás de los tres segundos que tarda en volver a encender y sobretodo reflexiono.
¡Que inportuna hora las cuatro de la mañana para ponerse a pensar!, ¡Que oportuna hora las cuatro de la mañana para ponerse a pensar! Los dos diferentes adjetivos del insomne pensamiento, se tocan y coexisten al ritmo de un foquito verde. Casi podría decir que se entrelazan y se aceptan. Entienden que el uno necesita al otro y vicerversa. No hay lucha, solo existen. El foquito está de testigo.
Pienso mucho en todo y en todos. Pienso en mí y en la Generala. Pienso en lo que somos y en lo que fuimos, pero más en lo que nos convertiremos. Pienso en mi mamá siempre presente y siempre constante. También pienso en la Crayola y en mi papá. Pienso en mi nueva sobrina. ¿Cómo es posible que no haya escrito de ella? Mi mundo ahora está adornado de fotos de bebé y moños rosas gracias a ella y merece más que cualquiera, que se hable y se cuente su historia.
Pero no solo eso; han pasado tantas cosas en este tiempo, que la verdad es que no se por donde empezar a contar. ¿Por qué estoy pensando eso?
Lo más sorprendente de todo, es cuando a esta ofensiva hora y en estas dañadas condiciones pienso: Tengo que volver a escribir o me voy a volver loco.
Este tajante pensamiento me vino así sin más. Así que aquí está. Otros dirían que se los dijo un pajarito, pero a mi… a mi me lo dijo un foquito.
Pero que difícil es darle una sorpresa a alguien. Ya te cuento querido lector.
Resulta que Papá Mcrow, ha llegado a la definitiva edad de los sesenta años. Lo cual para la vida que ha llevado, es como si cualquiera de nosotros llegara a los ciento diez.
Desde luego que tan poco probable acontecimiento, había que celebrarlo con bombo y platillo. Entonces, la Crayola Embarazada, puso manos y patas a la obra. Yo, que como bien se sabe, soy una cobija muy miada, anticipé lo peor. Con esa sagacidad que me caracteriza, capoteé hasta el límite de mis fuerzas cualquier responsabilidad que se me fuese a asignar.
Como ya se sabe con la Crayola, nada es muy poco y todo nunca es suficiente. Así que empezaron los jaloneos para que me involucrara en algo más que pagar.
Así fue como acabamos los Cuatro Fantásticos, haciendo las compras para la consagrada celebración. Encabezaba nuestro grupo, la Crayola en su papel de la Antorcha Humana. A la primera cosa que le decíamos y no le gustaba solo le faltaba gritar: ¡Llamas a mi!. Acompañando a su mujer, venía mi cuñado el Pelón en su papel de la Mole, con una coraza tan gruesa, que le permite vivir con mi hermana sin que le pase nada. La Generala en uno de los flancos como la Mujer Invisible por obvias e inteligentes razones. Cerrando el heroico cuarteto, su servilleta como el Hombre Elástico, con poderes tan útiles como la flexibilidad.
Tengo que aceptar que solo fueron tres horas de involucramiento y ya con eso le di de comer a la fiera, que no me volvió a pedir que me involucrara en nada.
Cuando se enojaba porque a todo le decía que si, entonces escogía el más tonto de los tópicos para discutirle. Como por ejemplo el confeti.
Claro que en lo poco que le discutía, me mandaba a la fregada y se hacía lo que ella decía. Usé estas planeadas batallas, para librarme de una peor, que es la de que no me importaba si el mantel era amarillo o color malva. Sea como sea el color malva, porque para ser sincero, no tengo la más mínima idea.
Estas tremendas habilidades, no son fáciles de adquirir. Si algún lector varón, se pregunta en este momento como me volví tan sabio, solo les diré que estos magníficos dones, requieren que uno se case por lo menos una vez. Después de esta cápsula informativa, regreso a mi relato.
Lo peor de todo fue cuando la Crayola Embarazada (ese será su apodo hasta que de a luz), tuvo la pavorosa idea, de que la fiesta de sesenta años de mi papá, debería, por disposición oficial, ser sorpresa. Ahí fue cuando se me enchinó el cuero y temí lo peor.
Papá Mcrow es un tipo con el alma libre y el corazón contento, pero también con una extraordinaria habilidad para decir que no a casi cualquier cosa. Al igual que su hija, puede tener el peor de los humores y no responderle a nadie más que a si mismo. En resumen, estaba yo entre una lucha de voluntades de la que lo único que acerté a hacer, fue apartarme.
En esta ocasión la que no fue un problema, fue mi sacrosanta madre. Quien estaba tan celosa por la fiesta para mi papá, que se mantuvo a prudente distancia. Alguien dígale que el próximo año le toca a ella y ya. También se la organizará su hija con su nieta, pero me negaré a que sea sorpresa.
Mi papá, tradicionalmente cuando se le invita a algún guateque, por procedimiento dice que si. Entonces cuando la Crayola le dijo que habría una pequeña reunión para otra cosa que no era su cumpleaños, ¡Ah pues dijo que no! Que el no iba, no quería hacer nada, que no estuviéramos fregando y luego nos veíamos.
Ya te imaginaras querido lector como se puso La Antorcha Humana (o sea la Crayola). Lo malo es que eso duró una semana. Donde mi papá a veces decía que si iba y a veces decía que no iba al mentado convivio, donde le daríamos la sorpresa por sus sesenta años.
Al final mi mamá logró que accediera, lo arrastraron como perro a la veterinaria, entró a la palapa de Cervecería que se patrocinó el Pelón y se sorprendió con la acalorada ovación que recibió de mucha gente que lo quiere y que ahí se congregó.
Las lágrimas brotaron rápido de su rostro y empezaron los abrazos que duraron algo así como la película del Titanic.
Las lágrimas también brotaron en mis ojos; primero de felicidad por mi papá y que haya llegado hasta sus sesenta y bien; pero principalmente, porque terminara ese suplicio que fue organizarle su cumpleaños.
Se decepcionó un poco cuando le dijimos que aunque estuviéramos en una cervecería, su regalo no sería meterse a nadar a las calderas; pero en general se la pasó muy bien. Nosotros también y así nos regresamos todos a nuestras casas.
Mi hermanita querida A.K.A. La Crayola Roja, está embarazada.
Esa es la gran noticia que he estado anticipando en mis últimas dos entregas.
Esa es la buena nueva que ha renovado nuestra esperanza y nuestros bríos en los últimos meses. Creo que cuando digo esto, hablo por más personas que La Generala y su servilleta.
Tú, caro lector, sabes mejor que nadie lo que hemos pasado mi esposita y yo en este tiempo para tratar de tener hijos y que hasta ahora se nos ha negado. Así que seguro estarás pensando ¿Y como les hizo sentir esto a ustedes? Es una pregunta difícil, pero la respuesta no lo es. No negaré que al principio fue un recordatorio de lo que otros si pueden lograr y nosotros no; pasado ese brevísimo, egoísta, pero también muy humano trance, nos pusimos muy felices, primero por la Crayola y el Pelón y luego por nosotros porque seremos tíos.
Nada más para que se den un quemón, mi querida carnala, es una mujer que desde chiquititita, ha manifestado un exacerbado sentimiento materno hacia cualquier otro ser vivo. Especialmente con los niños. Así como un escultor trabaja con el mármol y un pintor trabaja con el lienzo. Así como un ingeniero trabaja con las medidas o las probabilidades y un médico con la gente. En la noble profesión de la Crayola, su materia prima son los niños. Ella ha probado desde siempre ser superior a cualquier persona que yo conozca en ese sinuoso terreno que representan esos locos bajitos.
Mi hermana ha tenido ese don desde que la conozco. Primero la manifestó en sus muñecas y luego en todos los demás. Por ejemplo conmigo, a pesar de ser cuatro años más chica, siempre ha ejercido una fútil maternidad de la que a veces me dejo, a veces me quejo y a veces no se que decir.
Al menos en ese sentido, creo que hemos encontrado un estable equilibrio en el que le permito que se sienta mi mamá, pero luego me le suelto corriendo.
Todo este rollo solo para que entiendas querido lector, que la mayoría de nosotros, hoy no estamos preparados para ser padres. Los que ya lo son, siguen aprendiendo el noble arte cada día. Algunos de nosotros, no tendríamos ni idea de por donde empezar.
Mi hermana no. Ella “ya nació enseñada” como diría el compadre de mis papás, y está lista para ese papel que desempeñará como nadie, no me cabe la menor duda.
Además tiene la bendición de estar casada con un hombre, que es la apoteosis de un Caballero y que tiene el mismo talento que su esposa. Nació para ser padre.
No solo eso. Nos han bendecido a los Mcrows (a la Generala y a mi para los que no entiendan), con que seamos los padrinos del bebe.
El día que nos dieron la noticia de que seríamos los padrinos, fue el primero de este joven año. Creo que ellos no han entendido lo que significó para mí, esa breve, pero supercalifragilisticaespialidosa noticia. Fue suficiente para que este año lo arrancara con mucha energía que hasta ahora, no se me ha acabado.
Hoy perdí mi apuesta y me confirmaron que la que viene… es una niña. ¡Una hermosa niña que llega a nuestras vidas por cortesía de la Crayola y el Pelón! ¿No es una gran noticia?
Eso no es todo. Hay otra cosa más que contar.
Nosotros ya mandamos a nuestra anterior doctora a hornear los muffins. Después de dos años de estar pegando por el mismo lado, cambiamos de Doctor.
El nuevo me tiene encantado. Yo creo que si la Generala no se pone buza, pronto le pediré matrimonio a este galeno. Ya encontró un problemita y ya estamos trabajando para solucionarlo. Hoy nos dieron la noticia de que nuestro problema va mejor. Quiero mantener la calma y no hacerme falsas expectativas, pero no puedo. Me siento renovado y esperanzado. Esto junto con la noticia de que el bebe de la Crayola y el Pelón es una niña, me hace sentir que pronto todo va a estar muy bien.
Querida sobrina que vienes en camino: Tu que vives aún en ese tibio y seguro líquido del que todos salimos y que pronto llegarás a nuestras vidas. Tu que tienes un canal más fuerte con las fuerzas celestiales. Trae contigo cuando llegues, como torta bajo el brazo, la buena nueva para tus padrinos. Para que no tengas que aguantar mucho tiempo con nosotros los betabeles y tengas un primo o prima para jugar.
Aprovecha estos cinco meses que vas a estar ahí metidita en tu Crayolesca madre, para traernos a nosotros a tu esperado primito. Yo en recompensa, te daré jugosos domingos toda tu vida y te recibiré en esta calida mansión, cuando tus papás te tengan hasta la coronilla.
Quiera Dios.
¡Ya! ¡Ya!... paren por favor. Deténganse y déjenme de escribir y de pedir que vuelva a este blog. ¡No puedo con tanta presión!
Han sido demasiados los mensajes e insufrible la agonía, yo lo entiendo más que nadie, pero por favor, tranquilícense. Me mandaron una petición con tatacientas firmas pidiéndome que vuelva al teclado. Hay gente que ha hecho penitencia y se va de rodillas por varios kilómetros a ver si con eso, el de la pluma, normaliza su actividad en este enlamado blog.
A mi toda esta parafernalia mediática e histeria colectiva, la verdad es que ya me dio miedo. Se me espantó la leche, se me engarruñaron los dedos, las manos se me partieron y hasta un fuego me salió.
La verdad es que nada de eso ha pasado. Nadie ha mandado petición ni nada. Salvo dos o tres mensajes preguntándole a la Generala si no he muerto, no hay nada más. Pero van a ver… este año no les voy a dar bendición Urbi et Orbi.
Yo creo que todo esto es por el cambio tan radical de estilo de vida que estamos teniendo mi aguerrida esposa y su servilleta. Estamos que no creemos en nadie.
En mi pasada entrega, les platiqué que habíamos dejado de fumar y eso ya de por si es caótico. La verdad es que al principio fue muy difícil y si no hubiera sido por uno de esos cigarros electrónicos, seguro habrían leído en la nota roja el terrible asesinato de la Generala por parte de su fiel eunuco. Pensándolo bien, tal vez podrían haber leído primero el mío a manos de la terrible fiera.
Pero eso no es todo queridos amigos; como diría Raúl Velasco: ¡Aún hay más! (Díos nos lo dio, Díos nos lo quitó. Bendito sea su santo nombre). Además de haber dejado el terrible pero delicioso vicio del cigarro; nos hemos puesto a dieta. Así es; a dieta para bajar de peso. Misma que nos tiene comiendo frutas como changos de Chapultepec todo el móndrigo día. El rato que dejamos de comer frutas, comemos hierbas. Ocasionalmente cuando nos dejan comer un insípido Hot-Dog, hasta fiesta hacemos. ¡No hay derecho!
No conformes con esto, nos pusimos a hacer ejercicio. Yo ya llevo mes y medio haciéndolo al menos cinco veces por semana y la Generala me motiva, acompañándome una vez por mes. Se hace lo que se puede.
Ella se da la manga ancha con el ejercicio y yo me la doy con el cigarro. Entonces a veces me fumo un puro. Porque en algún rincón de mi intrincada e inescrutable mente, existe una creencia de que fumar puro ocasionalmente, no cuenta como fumar y como diría José Alfredo Jiménez: Ahí nos vamos.
Entonces ahora me levanto temprano, hago ejercicio, me voy a trabajar, me como un sándwich saludable y una carretilla de papaya. Después al medio día, me como alguna inmundicia que mi Faraona con su pericia culinaria, hace más o menos comestible. Después devoro una manzana, regreso a trabajar y me echo otra manzana más tarde. Regreso a casa en la noche con ganas de comerme al Joey, solo para descubrir que me toca cenar una taza de ejotes con sal. Además no puedo fumar (más que puro y de repente) y el café que es mi otro vicio, me han hecho quitarle el azúcar, para sustituirlo por la inenarrable Splenda, que más bien sabe como a Esperma. Yo me imagino aunque nunca lo he probado.
Eso me ha obligado a tomar mi café sin nada y eso ha vuelto mi mundo gris y triste, porque para mi el café lo es todo y además es con azucar. Ni modo.
Después de este periplo diario, a las diez de la noche soy un rastrojo ambulante que se quiere dormir, porque estoy cansado del ejercicio y además la vida no tiene sentido sin todo lo que engorda, mata o embaraza.
La recompensa llegó ayer cuando pesé seis kilos menos y vamos por más. Aunque sería más propio decir que vamos por menos. Me voy a poner tan flaco que lo primero que haré, será burlarme de todos los gordos. No es cierto, no voy a hacer eso.
Entre todo esto ¿a que hora podría yo escribir? Vaticino que me verán poco por aquí en los próximos meses. Quien sabe. A lo mejor encuentro otra fuente de mis poderes y hago que pueda volver a escribir por lo menos una vez a la semana. Ya veremos dijo un ciego.
Por lo pronto tengo pendiente contarles la gran noticia y debo hacerlo cuanto antes, para que no me vaya a ganar. ¿Qué me va a ganar? ¡Pues la noticia hombre!
Estamos muy contentos y emocionados con eso, pero no he encontrado el tiempo y eso si que lo merece.
Por lo pronto aquí les dejo esta colaboración a la literatura universal y si me piensan premiar con algo, por favor no lo hagan con frutas. Una hamburguesa se agradecerá. Una paella del Vacuno también. “Ai” lo que sea su voluntÁ para este pobre par de hambrientos ex fumadores.
No me tragó ningún agujero negro. Tampoco me chupó la bruja. Mucho menos la más factible posibilidad de que me tragara la tierra (si no me creen, dense una vuelta por Iztapalapa en la Ciudad de México). Ninguna de esas cosas le pasó al que hoy esto escribe.
Se que de pronto y sin agua va, pararon las contribuciones literarias de este mosqueado blog, la causa, aún está por descubrirse. Pero fundamentalmente es porque no tenía ganas. Cuando tenía ganas, no sabía que escribir. Me pasaba como cuando los adolescentes quieren tener sexo: A veces tienen con quien pero no en donde y cuando tienen en donde, no tienen con quien.
Estos dos últimos e intensos meses, he sido llevado desde un estado de agonía a uno de éxtasis. En este tiempo mi encuentro con el teclado ha sido solo con motivos laborales y he evadido mi responsabilidad de escribir sobre todo lo que ha pasado. Lo muy bueno y lo muy malo. Ya hablaré algún día de todo esto. Por lo pronto no quiero que se preocupen, no me estoy muriendo ni nada por el estilo; así que por ese lado podéis ir en paz. De lo bueno… de lo muy bueno, también hablaré después, porque este espacio lo voy a usar para otra cosa y lo muy agradable que les quiero contar, merece un espacio completo para eso y será después. Entonces ya estamos, el que entendió, entendió.
Sin embargo puedo decirles que lo muy bueno de estos dos meses, se lo debo específicamente a mi hermana la Crayola Roja, que ha sido un salvavidas en este valle de lágrimas; no solo para mi, sino también para la Generala y por eso estamos agradecidos desde aquí hasta la eternidad.
Es increíble los cambios que hay en uno, en su ser y en su pensar. El paso de la vida es tan inexorable, que fundamentalmente yo pensaba que como era cuando tenía diez años, era como iba a ser hasta que me muriera.
Falso. La manera en la que soy hoy, dista mucho de cómo era hace tres años. Para mi tristeza, creo que hay mucha gente que me extraña. Otros ya dejaron de extrañarme y voltearon hacía otro lado. Mi familia sobretodo, creo que es la que más me extraña, pero también su presencia es firme y tan importante hoy, como lo ha sido siempre. Lo peor de todo es que él que más se extraña, soy yo mismo. Y es que no están para saberlo, pero yo me quiero mucho. Me quiero y me cuido tanto, que a veces olvido lo que los demás me desean en buena lid. Se que los más allegados me quieren y se preocupan, pero yo mismo tal vez los he alejado inconcientemente. Así es esto.
Mi humor estos meses ha sido sombrío y ha sido macabro. El entorno, la verdad es que no ayuda mucho. Estamos en mi país sumidos en una guerra como la que no teníamos hace noventa años. Da miedo salir a la calle. Da miedo caminar en el parque y da miedo salir a reunirte con tus amigos.
En este difícil recorrido, he sido acompañado por la Generala. A veces yo la cargo a ella y otras veces ella me carga a mí. A veces caemos los dos y alguien trata de cargarnos, pero no puede y solo nos arrastra. Otras veces nos quedamos tirados hasta que alguno puede pararse, cargar al otro y volver a empezar.
En el camino hemos perdido cosas y hemos perdido gente que nos importa, porque no todo mundo entiende por lo que estamos pasando. La mayoría de las veces no nos entendemos entre nosotros ¿Por qué lo haría alguien más?
Aunque algunas personas que me leen aquí, piensan que lo más duro y lo que más me afecta, no lo hablo ni en el blog ni en persona. Tienen razón.
La única vez que escribí en estos dos meses lo que pensaba y sentía, mi amada compañera me censuró y me instó a no publicarlo. Creo que tuvo razón porque era algo fuerte.
En lo que si tienen razón, es que tengo que abrirme más. Estoy en vías de hacerlo y hasta ahora el primer experimento en año nuevo fue muy bueno y me dejó un buen sabor de boca.
Es que ya no somos lo que éramos, me dijo la primera dama en estos días. Definitivamente tiene razón. Ya no somos lo que éramos y no se si lo volveremos a ser. Ha pasado mucho agua bajo el puente, solo espero que estemos en vías de convertirnos en alguien mejor y que la gente que nos importa esté ahí con nosotros.
A nuestros padres y a nuestros hermanos, gracias por estar ahí. A nuestros amigos, los que están aquí al lado y a los que esperan que nosotros demos un paso para estar con ellos, gracias por estar y por no estar también. A todos gracias y aunque ya no somos lo que éramos, esperemos que estos nuevos que somos, nos quieran igual que antes, nosotros los queremos también, aunque a veces no lo parezca.
Sobre como me sumergí en las aguas del Mar Caribe.En nuestro capítulo anterior, nuestro héroe, o sea yo. Se disponía a sumergirse en las profundidades del Mar Caribe. He sido víctima del vituperio de la concurrencia por dejarlos en suspenso, así que ahí les va la segunda parte y ya por favor levántenme el castigo.
Nosotros los buzos, somos seres indomables y prácticos. Hacemos pipí directamente en el mar y limpiamos nuestro visor con saliva, o eso fue lo primero que aprendí en nuestro viaje marítimo hacia las coordenadas 33° norte 25° sur. Desde luego estoy bromeando, no tengo idea de la ubicación a la que fuimos; sólo se que era mar adentro, a donde sólo los más valientes llegan.
Ya estábamos todos los buzos con nuestros trajes espandex, perfectamente ajustados a nuestros cuerpos y tal vez algunos preguntarán ¿como me metí en ese traje? Con mucho trabajo -responderé. De pronto empecé a sentir la necesidad de ponerme el tanque de oxígeno. ¿Se han puesto alguna vez un trajecito de estos? Debo decir que oprimía toda mi humanidad y el aire comenzaba a escasear. No importa -me dije. La patria es primero.
Es que la verdad, dentro del grupo de siete buzos, sólo habíamos dos aztecas. Es menester recordar, que el resto del equipo estaba conformado por tres estadounidenses que traían una cruda espantosa, un ruso, una francesa, Jaime “el Buzo” y su servilleta. Los dos últimos, éramos los únicos mexicanos de este variopinto grupo. La verdad no me iba yo a poner a llorar que se me estaban asfixiando los gumaros, nada más porque tú la traes. ¿Dónde iba yo a dejar el nombre de México? Además, como íbamos a bucear en ese magnífico mar de de nuestro país, pues hasta me sentía el anfitrión.
Nos empezó a grabar nuestra videografa, mientras el resto de los buzos éramos equipados con el resto de nuestro equipo, que constaba de un imprescindible tanque de oxigeno, visor, manómetro, boquilla de oxigeno suplementario, aletas y plomadas. Para todo esto es importante mencionar, el increíble reto de maniobrar en una lancha en movimiento, para colocarse toda esta botarga. Tendrá que imaginarse el lector a cinco masiosares ora yendo pa’lla y ora yendo pa’ca, mientras entrechocan sus tanques de oxigeno junto con toda su humanidad, adecuadamente forrada en espandex y caminando como gato espinado por las incómodas aletas.
Cuando ya estuvimos listos y el capitán hubo detenido al “Hechicero” en el punto acordado para nuestra riesgosísima inmersión; tiraron la cuerda al agua y uno a uno fuimos brincando del borde de la embarcación. Yo fui el penúltimo, porque quería asegurarme de que todos estuvieran abajo. El último fue el ruso que para ese momento ya tenía toda mi confianza. Les juro a todos los aquí presentes, que intenté dar un brinco decente. No muy cortito para no embarrarme en el “Hechicero”, ni tan largo como para acabar en Cuba. Pero todo ese equipo con el que iba disfrazado la verdad es que solo me dejó dar un pasito ínfimo que a punto estuve de embarrarme en la popa.
Una vez en el agua, el equipo dejó de ser un problema y poco a poco comencé a sumergirme en las temibles profundidades, cuidando todos los puntos que Jaime “El Buzo” me había en enseñado horas antes. Me sumergía un poco, despresurizaba mis oídos y revisaba mi visor. Me sumergía otro poco, despresurizaba mis oídos de nuevo y revisaba mi visor. Pocos minutos después estábamos todos en el fondo del mar a diez metros de profundidad y nuestro guía nos dio la señal de soltar la cuerda y seguirlo.
Al principio debo decir que me costó trabajo mantenerme en el fondo. Contra todo lo que yo pensaba, lo más complicado de este deporte es mantenerse en el fondo. Comencé a desesperar un poco porque nada más veía a mis compañeros hasta abajo y ahí iba yo para arriba de nuevo. Tenía que ingeniármelas para bajar y mis oídos reclamaban su parte. Uno de ellos incluso pensé que tronaría hasta que logré en una hábil maniobra despresurizarlo y salió tanto aire de ahí que unos pescaditos se asustaron y se fueron nadando. A partir de eso todo fue miel sobre hojuelas y debo informar que me mantuve al paso de nuestro guía, mientras el resto de mis compañeros luchaban contra su flotabilidad y salían cada cierto tiempo como delfines a tomar agua.
Yo no. Yo pertenezco a las aguas y no saldría hasta que se acabara el maldito tanque. Desde luego nuestra experimentada videografa se dio cuenta de que yo tenía habilidades muy superiores y no paró de grabarme con su cámara sumergible. Yo creo que se quedó enamorada de mí.
Es muy difícil narrar todas las cosas que vi y todo lo que experimenté. Lo primero que vino a mi mente fue 20,000 leguas de viaje submarino de Julio Verne. Recordé durante mi travesía al Capitán Nemo y a toda la tripulación del “Nautilus”. Mientras nadaba apaciblemente y tocaba con mis manos la arena del fondo, donde viven pequeños peces y otros animales, tan tranquilos y tan ajenos de nuestra existencia, que la verdad dan envidia de que ellos no se preocupan por pagar una hipoteca, los servicios o ir a una junta.
Ahí vimos bancos inmensos de peces amarillos, vimos estrellas de mar de colores increíbles. Nos paseamos entre los arrecifes de coral, que no hacen más que maravillar con todas sus formas y todos sus colores. Son tan perfectos y tan precisos, que parecen estar acomodados por el mejor paisajista, no hay ninguna falla o imprecisión en ellos. Paseamos entre un pequeño bosquecillo de plantas pequeñas que tenían forma de copas de vino. Me metí debajo de una piedra para saludar a una familia de langostas; papá, mamá e hijo y me cautivó lo que transmiten esos animales solo con sus movimientos y sus ojos. Creo que nunca volveré a comer langosta, para la tristeza de mis amigos de “The Red Lobster”.
A pocos metros me salió de pronto una mantarraya que, sin conocer las medidas oficiales de este horrendo animal, a mi me pareció gigante. Tal vez mucha gente se hubiera asustado, pero yo no. Mi amplia experiencia marítima me dijo que si no le hacía caso no me haría nada.
Vimos también unos gusanos que viven en unos elaborados corales llamados “Árboles de Navidad”. Estos en particular me fascinaron.
También fuimos testigos de una tortuga pastando en el fondo del mar y haciendo todo el recorrido hacia fuera para tomar aire.
Quisiera haberlos llevado a todos a este viaje a las profundidades, donde la última media hora debo decir que me destaqué como el mejor buzo del contingente y por tanto debo informarles que las armas nacionales se han cubierto de gloria.
Ahí terminó nuestro recorrido y así salimos de nuevo a la superficie. Inflamos nuestros chalecos para quedarnos flotando y justo cuando estaba considerando quedarme a vivir ahí en medio de la nada, nos alcanzó el desvencijado “Hechicero” para dejarnos casi en la playa de Cancún, donde hubo que nadar hasta la orilla con todo y nuestro equipo.Así regresé con la dicha de haber conocido un mundo totalmente diferente, pero también con la tristeza de tener que extrañarlo hasta que vuelva a vivir esta experiencia en las aguas del maravilloso Mar Caribe, donde yo, ya he buceado.
Sobre cómo su seguro servidor, es en realidad un sireno que habita entre ustedes los mortales.
Cuando era un bebe, dicen que mi mamá me cantaba la canción que hizo famoso a Rigo Tovar. La legendaria pieza: “El Sirenito”.
Esta inteligente y profunda canción (?), hablaba sobre un tipo que mientras buceaba por el fondo del océano, se encontró (y enamoró) a una bellísima sirena. Pidió su mano, yo me imagino que al papa de la sirena que ha de haber sido un pescadote, y se casaron en las playas de Caleta. No imagino a nadie contrayendo nupcias en un lugar más horrible; pero recuerden que hablamos de Rigo Tovar y por tanto rey indiscutible de todos los nacos. Dios lo tenga en su santa gloria.
La razón por la que la autora de mis días, decidió, que esta era la canción apropiada de quien esto escribe cuando era bebe, siempre me había sido totalmente desconocida. Sin embargo debo aclararte que efectivamente, soy un sirenito.
Mi mamá nunca supo nadar y por lo tanto, decidió que yo pasara de lactantes dos, a nadador olímpico de inmediato. Al año y medio de vida, fue cuando acudí a mi primera clase de natación y desde entonces, nado y amo profundamente el agua, el mar y todo lo que de ellos emane. Siempre he pensado que soy un ser, forjado en las profundidades y nacido de una concha de mar, aunque no con el mismo garbo de la Venus de Boticelli. Siempre me he preguntado por que la mencionada Venus, no trae arena en las patas, agua en los oídos y no la está revolcando una ola. Imagino que es una de las ventajas de ser un dios.
Cuando ahora en nuestra temporal estadía en Cancún, tuve la oportunidad de bucear por primera vez, me pareció que era una experiencia que no debería perderme. Así que después de una “lección gratis” en la alberca de nuestra prisión de cinco estrellas, decidí que era momento de volver a las profundidades de las que años atrás, sin duda alguna salí y recorrer ese mundo sin igual, que el mar esconde para los pocos aventurados que decidimos descender y para los escasos televidentes del Discovery Channel.
Mi pareja, alias Penélope, comenzó a actuar como si yo fuera Ulises embarcándose a Ítaca desde de que le comuniqué mi decisión. Inmediatamente se le espantó la leche y se le enchinó aún más, su ya de por si encrespado cabello.
Sin embargo, he de reconocer que me apoyó y respetó la decisión de hacerme a la mar, con otro grupo de bastante crudos estadounidenses y un ruso. Siempre es importante en estas peligrosas misiones llevar un ruso, recuerden bien eso mis queridos educandos; son personas sumamente disciplinadas, tecnológicamente avanzadas y siempre benefician la empresa. Además la mayoría de las veces traen vodka.
Respecto a mis otros compañeros, debo decir que el resto del camino, serán un lastre para nosotros los avezados marineros y buzos. Ya que como mencioné, un día antes se habían puesto hasta las chanclas y seguro eso de la buceada, nada más no se les iba a dar.
Encabezando nuestra expedición iba el paciente Jaime “El Buzo” y nuestra alegre y apasionada videografa. Ambos nacidos también en el fondo del mar y tostados por el sol de Cancún. El mexicano. Ella francesa.
Tomamos la clase de rigor, que nos permitiría sumergirnos en el reino de Poseidón. Nos pusieron los trajes spandex, con los que nos parecíamos a los “Hombres X”, nos equiparon; desde luego pagamos, porque nada en esta vida es gratis y ya estábamos listos. El que no estaba listo era el barco y el capitán, que pienso se habían quedado dormidos por ahí en un arrecife. Por fin despertaron al capitán, pero resultó que nosotros teníamos que ir para allá; y si tienes que ir a un barco que está en medio del mar, lo mejor es hacerlo con estilo. Así que abordamos varios jetskis y hacia allá fuimos.
A mi me tocó llevarme a la videografa y ahí comenzamos nuestro romance, ante la reprobatoria mirada de mi compungida Penélope. Llegamos hasta nuestro barco, llamado “Hechicero” y debo aclarar, que aunque el nombre se oiga sugerente y místico, no hay tal. Es una lanchita bastante piligüija, que sirve solo para llevar y traer buzos. Cuando llegamos hasta ella, comenzó la ardua preparación para tener una inmersión exitosa; pero esa luego se las cuento.