jueves, 23 de septiembre de 2010

El Regalo de la Generala

Fue cumpleaños de mí adorada Generala y aunque todo México en un hecho inédito, se encontraba con una cruda monumental, nos dispusimos a continuar los festejos del bicentenario, ahora para celebrar a mi consorte por su feliz onomástico.
Todos los festejos transcurrieron con saldo blanco para nosotros los involucrados. Tanto en el Bicentenario como en el cumpleaños de la Generala.

Estábamos emocionados porque después de la ya muy comentada cirugía de mi esposa; la ginecóloga nos dio el visto bueno para recomenzar la ardua labor de embarazarnos. Aunque empleo el “nosotros” en esta frase, sólo quiero aclarar que es por mera solidaridad que lo escribo así. Ya que obviamente su seguro servidor, no tiene la noble capacidad de engendrar vida en su vientre. Aunque he de confesar que en mi pancita cabrían cómodamente un par de gemelos.

Así obedientes como somos, nos pusimos a hacer la tarea. También empleo este término escolar, sólo con la finalidad de hacer una analogía y darte a entender querido lector, que nos entregamos a los placeres del espíritu y la carne, para tratar de crear una vida de la nada. O dicho de otra forma: Iniciamos las acciones pertinentes en las que el ser humano se reproduce.

Vino pues la larga espera que como ya he expuesto en el pasado, es ardua. Esta vez no fue tan pesado porque al ser la primera vez que estábamos en ese tenor después de la cirugía, creo que había de nuevo la emoción. El hecho de que se cruzara el cumpleaños de La Generala y del Bicentenario de esta irredenta nación, hizo menos difícil el tiempo que tuvo que pasar para saber si sí o si no. Al menos así lo fue para mí.
Irredenta… con esa dominguera palabra, mi querida Bioloca calificó México el otro día que hablé con ella. Ya me ocuparé de eso después, porque ahora estamos hablando de la divina concepción y la espera de los que como nosotros, tenemos que esperar para poder tener un hijo.

La Generala me hizo llegar la noticia hoy en un mensaje de texto. Otra vez la burra al trigo. Una vez más no nos pudimos embarazar.
Ya no se que me entristece más, si el hecho de no poder lograr algo que los dos queremos con todo el corazón o el saber que a mi amada compañera le duele más que a nadie aunque me diga que no.

Por eso mi regalo para ti en este cumpleaños mí amada Elena… es esperanza.
En este cumpleaños y en este nuevo año de vida que inicias, quiero regalarte muchos kilos de ella y no sólo eso, sino también la de mis queridos (y escasos) lectores de este virginal blog.
Este fue sólo el primer intento de otros. Las veces que la biología nos niegue ser padres, será el mismo número de veces que volveremos a intentarlo. Porque como dijiste en ese escrito que hiciste: Vamos a ser papás. No se si en unos meses o en un tiempo más larguito, pero vamos a serlo. Esa persona que en algún lado está esperando caer en tus protectores y tiranos brazos, llegará. No tengo la menor duda de eso.

No estés triste mi adorada Generala, yo estoy aquí contigo y aquí seguiré siempre, para regar la semillita cuando haya que hacerlo. También estaré cuando llegue y haya que cuidarlo y estaré ahí contigo cuando lleguen los hijos de esa persona.

Lectora y lector querido, déjame tomarme el atrevimiento de contar con tus oraciones, tu luz y la misma esperanza que hoy le convido a mi consorte, para que se nos haga realidad en nuestra familia el fabuloso regalo de la vida. Seguro entre más seamos, más rápido llegará. Desde luego como pago a esto, tendrás todos los detalles que el hecho amerite.

Por lo pronto en un mes más nos daremos un regalo más chiquito y nos lanzaremos a la conquista del fabuloso Cancún, a unas merecidas y esperadas vacaciones. Donde aunque la doctora no me lo ordene… pienso regar la semillita.

Ditto.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Bicentenario Vol. 2

En mi paso por esta vida, he tenido grandes amigos y uno de ellos sin duda alguna fué y sigue siendo el abuelo Mcrow.
Él también era veracruzano. Aunque supongo que era la versión descafeinada del estereotipo común.
Venía de una familia trabajadora de clase media, conformada por sus padres y hermana. El bisabuelo Mcrow, a quien no tuve la oportunidad de conocer, se divorció de mi bisabuela y tiempo después se fue a vivir a México. En sus últimos años de vida, mi bisabuelo descubrió que el quería hacer realidad el mentado proverbio de que “a la prima se le arrima” y así sin más, se le arrimó a la suya para casarse de nuevo.

Mi abuelo a los dieciocho años se fue a vivir a México para comenzar a forjar la que sería su carrera política por este país.
Se enamoró en algún momento de una muchacha a la que años más tarde recordaría como una señorita hermosísima. La realidad, es que esta mujer no pensaría lo mismo y se casaría con otro.
He tratado muchas veces de imaginar la tristeza que pudo haber sentido. Porque aunque todos los que lo conocimos, podemos pensar que era muchas cosas; nadie lo recordamos como un hombre propenso a sentimentalismos. O eso es lo que cree la mayoría. Yo se que en su interior, fue un hombre que albergó grandes pasiones y estoy seguro que este hecho fue un parte aguas en su vida.
¿Cómo lo se? El simple hecho de que no se casó después, es más que suficiente para indicarnos que realmente estaba enamorado de esta muchacha.

Luego de algunos años, esa hermosa señorita enviudó y se quedó sola con una hija de doce años. Mi abuelo que además de todo era un hombre extremadamente inteligente, vió la oportunidad de, por ponerlo en términos futbolísticos, rematar de cabeza dentro del área y se casó con ella. Esa referida hermosa chica (que parece entonces ya tenía algunos añitos), tendría más tarde el invaluable honor de ser mi abuela.

Como fruto de ese matrimonio, llegaron dos hijos más. Mi tía Manzana y mi Papá.
Como era de esperarse en un matrimonio, en el que estoy seguro que mi abuela se casó con él por rebote y porque seguramente era muy difícil para una mujer quedarse sola a finales de los cuarenta; el matrimonio nunca funcionó muy bien y terminaron separándose, pero nunca se divorciaron. Mi abuelo más tarde me diría que no lo hizo porque su religión se lo prohibía.
Eso es como si yo de pronto les dijera, que ya no voy a escribir este blog porque tengo que continuar con mi carrera de físico nuclear. Otra muestra contundente de que mi abuelo, si era un hombre propenso a sentimentalismos. Si amó y amó en serio y que cuando una idea se le metía en la cabeza era capaz de llevársela a la tumba.
Una característica que aún llevamos pirograbada en nuestra cadena de ADN.

Para mi, desde que tengo uso de razón, mi abuelo vivió con nosotros.
Lo recuerdo de muy niño siempre yéndose a trabajar impecablemente vestido, sin la más mínima mancha o hilito descocido; los zapatos perfectamente boleados y en su carro que, aunque cayera la peor tromba de la historia, siempre estaba limpio hasta por abajo. Supongo que era el único carro que no era feo por abajo.

De igual manera como era él, era su cuarto. Nunca en la vida he vuelto a ver más orden y pulcritud en nada ni en nadie. Tal vez en el Palacio de Versalles en París pero nada más.
Mi abuelo era el ser más afable y tranquilo como yo lo recuerdo. Siempre preocupado por los grandes temas del país y por su familia. Siempre tenía tiempo a pesar de su ocupada agenda, de dedicarse a sus nietos. De llevarnos y de traernos, de comprarnos la baratija que se nos antojara y sobretodo de escuchar cualquier cosa que le quisiéramos decir. Imagino que en aquel entonces con el cargo que tenía en el Gobierno del Estado, debería tener muchas cosas que hacer, pero francamente no lo recuerdo corriendo ni ocupado para nosotros.

Nunca fue un hombre propenso al ahorro y pienso que siempre traía encima todo su dinero. Yo creo que llegaba al banco y pedía que le dieran todo en los billetes más nuevos y bonitos que tuvieran, los ordenaba minuciosamente y sujetaba todo el fajo con un impresionante broche de oro con su nombre grabado en un escudo que lo remataba. Años más tarde recuerdo estar subiendo a un camión con él y cuando sacaba ese fajo de billetes, sujetados majestuosamente por ese broche, normalmente era presa de más de una mirada. Tal vez pensaban que aquel viejito con tal porte y personalidad debía de ser millonario y solo se había subido a un camión por una mera excentricidad.

Lo que más le gustaba a mi abuelo era conversar. Ejercía ese cada vez más escaso hábito, con la maestría de un buen político. Abordaba los distintos temas de una manera profunda y amable, que seducía a sus interlocutores las dos o tres o cuatro horas que durara la plática.
Una vez caminando con él, encontró a un señor a su paso y comenzaron a hablar. Yo… un impaciente niño de unos nueve años, desde luego mi mente estaba en otro lugar y quería llegar a la plaza a la que íbamos a comer helado y a jugar en las maquinitas. No le importó eso al abuelo Mcrow, para quedarse ¡tres horas!, hablando con aquel señor.
Cuando por fin terminó y nos fuimos de ahí le pregunté: ¿De donde conoces a ese señor abuelo? De ningún lado, es la primera vez que nos vemos.
¡Se acababan de conocer a media calle!, ¡tres horas hablaron de economía, política, mujeres, carros, vinos, historia, medicina y sólo Dios sabe que otras cosas!
Como dije, mi abuelo en el arte de la conversación, era algo así como un Miguel Ángel para la escultura. ¡Que solo te hubieras sentido abuelo en estos años, en los que solo platicamos por texto o por nuestros teléfonos celulares!

Cuando mi abuelo se retiro de la vida “pública” y nosotros por esos extraños azares del destino, vivíamos en Guadalajara; el pasaba seis meses en Monterrey y seis meses en Guadalajara con nosotros.
En Monterrey vivía siempre en un hotel. Nada raro para un hombre que vivió veinte años en uno cuando estuvo en la ciudad de México. Eso puede darles una buena idea de la personalidad frugal de mi abuelo.

Recuerdo que para mí, los mejores seis meses del año, eran los que mi abuelo pasaba con nosotros. Estoy seguro también que en esos años, fue cuando nuestra amistad se fortaleció. A mi abuelo le debo ese inconmensurable amor que le tengo al cine, ya que era nuestro pasatiempo, además de ir a jugar a las maquinitas, donde estoy seguro que él ejerció siempre su paciencia mientras yo pasaba horas y horas ahí.
Cuando ya teníamos un rato jugando me decía: Ahora vamos por helado y nos sentamos en una banquita. ¿Y eso para que? Pues para ver a las muchachas que pasan.

Le gustaban las mujeres al abuelo, que no haya duda en eso. Además, no tenía el menor reparo en decírselo a la que vendía los helados, a la mesera, a la de la taquilla del cine o a la que le gustará. Siempre volteaba y me decía delante de la afortunada hembra del día. ¿Habías visto una muchacha más linda que ella?
Y mientras la muchacha se mordía el rebozo y miraba al cielo como María Felix en Tizoc, yo me escondía debajo de la primera mesa que encontrara. Hay que recordar que yo solo era un niño y para mí en aquel entonces, las mujeres eran seres enigmáticos de los que yo no sabía gran cosa. Creo que todavía es así, pero el punto es que mi abuelo era un Casanova.
Creo que como lo veían viejito las chavas, creían que nos les iba a hacer nada. Pero yo creo que si se descuidaban tantito…

Lo que la vida le hizo a este caballero no tiene nombre. Ya de regreso y viviendo en Monterrey, mi abuelo poco a poco empezó a olvidar todo lo que había sido y hecho.
Empezó con cosas normales como ¿Qué día es hoy? ¿En que año estamos? Y ¿Cómo se llama esta calle?
Después a cosas más graves como cuando tomaba un tenedor y decía ¿para qué es esto? ¿Quién eres tú? y ¿De quien eres hijo?

El abuelo Mcrow digamos que no murió en un día. Se fue muriendo poco a poco a lo largo de algunos años. Lentamente entro en un sueño cada vez más profundo hasta que olvidó todo.
Lo recuerdo sentado en su mecedora de la entrada, fumando uno o dos cigarros a la vez y aunque no sabía quienes éramos, siempre nos saludaba con mucha cordialidad y nos sonreía como siempre lo hizo. Siento mucho que así sea como lo conoció la Generala. ¿Cómo no lo conoció en aquellos años cuando correteaba con la Crayola sobre el filo de la banqueta y cuando conversaba de todo y con todos?

Murió un cinco de abril hace once años. La última vez que lo ví estaba en una cama apartado de todo y de todos. Su ojo izquierdo, había perdido una dura batalla contra una infección. Era solo cuestión de tiempo. Le di un beso en la frente, le di las gracias por todo lo que había hecho por mí y me fui a un viaje que tenía a Acapulco.
Regresé al medio día una semana después y murió a la mañana siguiente.

Es increíble que pasen los años y yo aún no supero su partida. En los momentos más difíciles de mi vida, siempre su figura surge de algún lado y me cobija compasiva. Ya sea a través de un sueño o un recuerdo. No lo busco, el siempre llega, como me ha llegado en este preciso momento a través de unas inoportunas lágrimas al recordar todo esto.

Donde quiera que esté, el abuelo Mcrow es el modelo que yo he decidido seguir. El vive a través de mí y de todo el amor que sembró en los que lo conocimos.

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