miércoles, 16 de diciembre de 2009

La Bomba de Humo

En mi post pasado querido lector, se que te dejé al borde del asiento preguntándote: ¿De que caraxos es aniversario el once de diciembre?

Se que a tu mente vendrán recuerdos de horribles tragedias que han sucedido en un día once. Pero te aseguro que este no es el caso.

Hace ya varios años, en la primera mitad de la década de los noventas, cuando era otro el México en el que vivíamos, pero sobretodo otro Monterrey; libre de la inseguridad que hoy nos aqueja de manera terrible y cuando uno no tenía miedo de que cualquier masiosare cargara entre sus pertenencias una pistola; era yo parte de un grupo llamado “Los Hombres H”, los mejores amigos que he tenido y que tendré en toda mi vida.

Resulta que ahí estábamos un frío once de diciembre sin nada que hacer y con la energía propia de los adolescentes en celo, y nos encontrábamos tronando cuetes (algo muy común de la época decembrina) muy quitados de la pena. Entre todo ese arsenal pirotécnico en el cual se iban nuestros escasos ahorros de todo el año; contábamos con las famosas bombas de humo.

Para aquellos que no estén familiarizados con la pirotecnia que con muy poco cuidado manejan nuestro pubertos; les platico que una bomba de humo consistía en una pequeña bolita de diferentes colores de la cual sobresalía una mecha.
Una vez encendida “la bomba” y consumida la mecha, esta empezaba a exhalar humo del mismo color que tenía la bolita por fuera, en cantidades muy poco saludables.

Ahí fue cuando alguien que no recuerdo quien, tuvo la genial idea de hacer el mal a nuestros semejantes con la mencionada bomba de humo.
Fue así como trazamos el más malévolo plan que a alguien se le hubiese ocurrido en varias cuadras a la redonda y que en los años por venir, todos recordaríamos sin poder evitar la más mínima sonrisa o carcajada.

Nuestro diabólico plan consistía en hacerle la parada a un autobús urbano y antes de subirnos, aventar la bomba encendida hacia el interior, logrando con esto “ahumar” a todos los pasajeros.
Dentro del milimétrico plan, se estipulaba que mi amigo el Gordo Reformado (que en ese entonces solo era el gordo), con su metro noventa y tantos de estatura y su cara de gigante amigable, haría la parada del bus; el Güero y su servilleta encenderíamos el artefacto y lo aventaríamos al interior saliendo detrás de la voluminosa figura de mi rollizo cuate, que se encargaría de escondernos hasta el momento justo.
Dentro del grupo estaban los más chiquitos que en aquel entonces deben haber tenido alrededor de doce años y ellos pues estarían ahí no’mas para disfrutar de la broma y correr en el momento oportuno.

Así después de revisar minuciosamente nuestro plan emanado directamente de las flamas del infierno, caminamos hasta la esquina estipulada, donde la concentración de casas nos permitiría hacer una rápida fuga sin que el respetable pasaje supiera que lo había “ahumado”.

El Gordo Reformado (que entonces… bueno ya les dije) hizo la parada del transporte tal como estaba estipulado y cuando el camión se paró justo enfrente de el, encendimos la mentada bomba. El chofer se dio cuenta de nuestras negras intenciones e hizo cerrar la puerta en una rápida maniobra. Lástima para el y el resto del pasaje, la bomba ya se encontraba en el aire y alcanzó atravesar la puerta, así como Indiana Jones siempre lo hace de último minuto. En menos de lo que canta un gallo, el camión… que por cierto tenía todas las ventanas cerradas por el frío, se encontraba totalmente lleno de un humo anaranjado y nosotros poniendo pies en polvorosa para huir de la turba asesina que seguro nos perseguirían.

No fue así. El único que se bajó a perseguir a la manada fue el honorable conductor, quien como marcan las normas que rigen al transporte público, estaba decidido a dar la vida por su camión.

Pero que nos duraba el chofer que venía corriendo echando el alma en cada paso atrás de “nosecuantos” chamacos muertos de risa. Uno de los Lalos grito: ¡Ahí viene el viejo todo panzón! Y esta severa afirmación sobre el físico del pobre chofer, pareció más que otra cosa, darle los ánimos (y la velocidad…) suficientes, para seguir persiguiendo a los forajidos.

Sin embargo nunca nos alcanzó y salvo mi amigo el Gordo Reformado que tuvo que ingeniárselas para esconderse en una casita de un perro Chihuahua (la verdad nunca entendí como), el resto nos dimos rápidamente a la fuga, solo para volver el siguiente año y el siguiente, a la misma hora y día, para cometer el mismo atentado.

En la segunda ocasión, cuando nos encontrábamos corriendo por la calle después de aventarla y justo cuando pensábamos que ese año el chofer no nos perseguiría, de pronto vimos las luces del camión dando vuelta en esa calle que para nada estaba en su ruta, para cazarnos y seguramente colgar nuestras cabezas en la parada, como escarmiento a todos aquellos chistositos que quisieran burlarse del transporte urbano.

A uno lo alcanzó detrás de un auto y se bajó; el chofer le daba la vuelta al carro y mi amigo se la daba también. El chofer regresaba y el también. Hasta que después de algunos minutos de estar como Tom y Jerry el chofer desistió, se subió a su camión ahumado y se fue.

Tres veces en tres años diferentes lo hicimos, pero las primeras dos fueron sensacionales y las recordamos con mucho cariño y gracia. Es muy probable que la memoria me haya fallado en algunas cosas, pero en esencia la historia fue así.

De castigo por decirle panzón al chofer, la vida se encargaría de pagarnos con la misma moneda y darnos nuestra “pancita” al resto. La vida también se encargaría de premiar al Gordo por esconderse con el Chihuahueño y quitarle su panza.

De todos los “Hombres H” salvo dos, hasta hoy mantengo contacto con todos, en especial con el Güero y el Gordo Reformado, pero para mi todos ellos son y serán como hermanos. Siempre estará en nuestros corazones y nos alegrará la vida recordar que en tres onces de diciembre hace algunos ayeres, hicimos la mejor de las bromas a los aburridos pasajeros de la Ruta 23 en Monterrey.

Desde aquí a esos amigos de toda la vida, les envío mis recuerdos y mi cariño. Los abrazo con gusto este y todos los onces de diciembre.

4 comentarios:

  1. Que buenos momentos. Recuerdo cuando una vez por andar haciendo maldades casi incendio una casa, ya habían llamado a los bomberos. Una vez lo contare en el blog.

    Saludos mi estimado

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  2. jajaja ¡¡¡no podés!!!

    "...la vida se encargaría de pagarnos con la misma moneda y darnos nuestra “pancita” al resto..."

    y a Dios gracias que la vida no les pagara con inmolaciones en cadena ...

    Un abrazo amigazo, arriba México y Uruguay, abajo Sudáfrica y cuarto Francia, por ladrones.

    :)

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  3. Pero Mcrow,que ideasssssss.
    No se la cuento a mis hijos ....por si acaso.
    jejejeje

    Besitos

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  4. Hola, Mcrow esos recuerdos de la juventud son los mejores de nuestra vida. Me alegro de que todavía puedas mantener contacto con tus amigos de la infancia.
    Un rampyabrazo.

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