jueves, 8 de septiembre de 2011

El Foquito Verde

Son las cuatro de la mañana y estoy acostado en la cómoda cama de un Holiday Inn en Guadalajara. Los terribles espasmos que sentía en mi estómago, han cedido un poco. Sin embargo estoy agotado por haberme enfermado y recorrer la ruta de los héroes toda la noche.
En plena obscuridad, concentro toda mi atención en un foquito verde que parpadea justo encima de mi cabeza. Me doy cuenta rápidamente que se trata de la alarma contra incendios, puede que haga el lugar más seguro, pero también ayuda a empeorar mi insomnio.
La verdad es que fui muy imprudente y como siempre, llegué a un lugar y traté de comerme todos sus platillos en una sola exhibición.
Apenas tengo un día en la Perla de Occidente y ya probé toda la gastronomía local. Hay que ser muy valiente para ingerir lo que comen los tapatíos. Le entré a la carne en su jugo (que esa si me van a perdonar pero nada más no me gusta), a las tortas ahogadas, a los burritos y a otras muchas cosas más de cuyo nombre no quiero acordarme, so pena de vomitarles todito el blog. Que para ser sinceros con lo mosqueado que está, a estas alturas una guácara, vendría a darle una sensación más orgánica.

Entonces estoy ahí echado, débil, enfermo y agotado, en la cómoda cama del Holiday Inn en Guadalajara. El foquito verde de la alarma contra incendios prende puntualmente cada tres segundos, mismos que yo cuento con un impreciso compás.
No me culpen, a esa hora y en estas condiciones, no encontré otra cosa que hacer.
Mi compañero de cuarto duerme silenciosamente. Así es, tengo un compañero de cuarto.
No es la Generala ni nadie que los distantes lectores conozcan y para ser sinceros, no vale la pena aclarar el punto. Baste decir que en esta ocasión, me encuentro acompañado por otra persona que no sirve a los intereses de la historia, porque está bastante dormido y no lo vamos a molestar. Hay que recordar que son las cuatro de la mañana.
Es por eso que en lugar de prender la tele como cualquier persona normal que no puede dormir, veo el foquito verde de la alarma contra incendios y cuento los segundos que tarda entre que se apaga y se vuelve a encender.
Poco a poco empiezo a componer sinfonías al ritmo del foquito. Comienzo a imaginar cosas al compás de los tres segundos que tarda en volver a encender y sobretodo reflexiono.
¡Que inportuna hora las cuatro de la mañana para ponerse a pensar!, ¡Que oportuna hora las cuatro de la mañana para ponerse a pensar! Los dos diferentes adjetivos del insomne pensamiento, se tocan y coexisten al ritmo de un foquito verde. Casi podría decir que se entrelazan y se aceptan. Entienden que el uno necesita al otro y vicerversa. No hay lucha, solo existen. El foquito está de testigo.

Pienso mucho en todo y en todos. Pienso en mí y en la Generala. Pienso en lo que somos y en lo que fuimos, pero más en lo que nos convertiremos. Pienso en mi mamá siempre presente y siempre constante. También pienso en la Crayola y en mi papá. Pienso en mi nueva sobrina. ¿Cómo es posible que no haya escrito de ella? Mi mundo ahora está adornado de fotos de bebé y moños rosas gracias a ella y merece más que cualquiera, que se hable y se cuente su historia.

Pero no solo eso; han pasado tantas cosas en este tiempo, que la verdad es que no se por donde empezar a contar. ¿Por qué estoy pensando eso?
Lo más sorprendente de todo, es cuando a esta ofensiva hora y en estas dañadas condiciones pienso: Tengo que volver a escribir o me voy a volver loco.
Este tajante pensamiento me vino así sin más. Así que aquí está. Otros dirían que se los dijo un pajarito, pero a mi… a mi me lo dijo un foquito.

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