domingo, 8 de noviembre de 2009

In the Streets of San Francisco

Todo lo bueno se acaba y estas crónicas terminan hoy; pronto volveré a escribir de otras cosas de mayor importancia.
Me imagino a mis escasos lectores preguntándose acerca de esta afirmación: ¿Cosas de mayor importancia? ¿Cómo que? ¿Ensayos sobre carteras?, ¿volverás a hablar de los Mexicanos que bailaron Thriller sin hablar de ellos y desviarte abismalmente a @Astro_Jose? ¿Tal vez otra crónica de tus tías? ¿Tu insomnio? ¿La generala? ¿El Joey? ¿Consideras estas cosas de importancia?

He resumido hasta ahora en este virginal blog el memorable viaje a San Francisco con el propósito de vacacionar y por supuesto asistir llenos de gozo y alegría a la boda de Pollito y su galanazo de Serbia.

Después de la llegada, los primeros días, la cena de ensayo, la boda y el vivir con miedo todo el tiempo y a las carreras por culpa de Mamá Gallina y su “Entourage”; por fin pudimos empezar a tener algo así como unas vacaciones de las que solo resumiré lo más destacado.

Recorrimos aquellas zonas de la ciudad que nos faltaban como Fisherman’s Wharf, el barrio chino al que nunca dejamos de ir, comimos en lugares riquísimos y por supuesto hicimos esa excursión de un día al Valle de Napa y a Sonoma.

Mi esposita desde que vimos la película de Milk, estabá inge e inge que quería ir al Castro, que como es sabido por mucha gente es el barrio gay.
Así pues obediente como soy, la subí en un tranvía y la llevé allá a aquel lugar en donde Harvey Milk quien fuera uno de los primeros políticos abiertamente gay, tuviera su tienda de fotografía donde además era su centro de operaciones de campaña.

En el camino nos toco ver cosas que francamente no estoy acostumbrado a ver. Antes de continuar, debo aclarar que yo no tengo nada contra la comunidad gay ni contra las personas que practican un estilo de vida diferente al mío.
Es más… puedo presumir que uno de mis mejores amigos, el Gordo Reformado a quien quiero profundamente y es junto con el Güero, como un hermano para mi; aunque no es abiertamente gay, todos esperamos con ansia el día en que lo acepte y decida que el closet solo es para la ropa; salga galantemente de ahí enfundado en una estola cantando alguna canción de Cher y nos presente a su nuevo novio y su perrito chihuahua llamado Brüno.

Sin embargo hay que decir que en México la homosexualidad hoy en día no se vive tan abiertamente como en San Francisco, lo cual para serles franco, a mí me dejó con el ojo cuadrado. Ya que vi cosas de las que uno se imagina que solo hay en las películas y de las que ya no hablaré antes de que salga una liga de la justicia gay y me tache de homo fóbico.

Allá fuimos la dueña de mis quincenas y yo ese domingo, a pasearnos por las bonitas calles del hoy histórico Castro. La gente abarrotaba los bares y los restaurantes, las tiendas y las esquinas, paseaban por las calles ondeando su orgullo que, hay que decirlo, bastante les ha costado, en un país acosado por una doble moral más fuerte que en cualquier otro.

Pero la tienda de Harvey Milk nada más no aparecía. Fuimos de aca pa’lla y de allá pa’ca y no aparecía la bendita tienda. Tuve que meterme en el Internet desde mi teléfono para encontrar la dirección. La compañía de teléfono después se encargo de meterme a mi otra cosa con los cargos del roaming internacional.

Siendo Milk tan famoso en el Castro y habiendo hecho tantas cosas por la comunidad gay, la verdad es que esperábamos que su tienda estuviera señalada con luces de neon, tal vez un busto del político o algo grande que dijera que ahí había pasado sus días el buen Harvey. Pero la verdad es que solo tienen una emotiva plaquita tamaño M&M que es muy difícil de encontrar si uno no lleva la dirección.

Así pues conocimos la tienda de Milk, que por cierto hoy es una mueblería y regresamos a nuestro hotel cansados y contentos.

El último día queríamos ir a conocer la famosa Grace Cathedral y tuve la genial idea de irnos caminando, las solo tres cuadras que la separaban de nuestro hotel; pero olvidé que San Francisco en eso se parece mucho a Zacatecas y también le aplicaría aquel verso de Ramón López Velarde en el bellísimo poema “La Bizarra Capital de mi Estado” donde dice: Altas/ y bajas del terreno, que son siempre/una broma pesada

Curiosamente ese poema de López Velarde continua: Y una Catedral y una campana/ mayor que cuando suena, simultánea/con el primer clarín del gallo/en las avemarías, me da lástima/que no la escuche el Papa.

Yo la verdad no oí la campana de Grace Cathedral pero sí escuche la de su homóloga de Zacatecas y la verdad es que López Velarde tenía razón. Sin embargo Grace Cathedral es hermosa y merece la pena conocerse. Aunque cuando terminamos las tres cuadras que medían lo que un campo de futbol cada una, por una subida empinadísima, nos faltaba oxígeno, nos dolían los pies, los riñones y el orgullo.

Ese fue nuestro último día en San Francisco. Ya no hablaré del regreso ni de cómo me hicieron abrir la maleta en el aeropuerto para quitarle un poco de peso y pasarla a las demás. Sirva decirte caro lector que regresamos con bien a nuestro hogar donde el Joey nos esperaba melancólico y nos recibió como sí fuésemos los reyes del cielo y de la tierra.

Estas crónicas como seguro te has dado cuenta, reciben su nombre de aquella bellísima canción de Scott McKenzie la cual ahí les dejo para su beneplácito. Así pues, terminan estas crónicas en una ciudad por demás bella, por demás diversa, por demás inteligente y sobretodo inigualable. A la que siempre llevaremos en nuestros corazones.




Scott McKenzie

2 comentarios:

  1. Pues me ha gustado mucho tu crónica y tu paseo por el mundo gay de san Francisco, es una gran ciudad, uno de mis antiguos relatos se desarrolla en ella. Qué bueno estar ya en casita verdad? Qué tal los cojines? jeje Un abrazo Mc!

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  2. También a mí, me ha gustado mucho tu crónica.
    Un rampyabrazo.

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