miércoles, 21 de octubre de 2009

You're Gonna Meet Some Gentle People There

El viernes pintaba ser un día bastante agitado. Lo primero que hicimos fue levantarnos, volver a hacer maletas y cambiarnos de hotel. ¿Por qué? Pues porque mi tío el que tiene la cartera y el corazón grande, nos disparó las cinco noches siguientes en un modesto hotel que se llama Marriott y que está en Union Square.

¡Que diferencia! En el Days Inn que estuvimos las dos primeras noches la verdad no estaba tan mal, pero después de eso, llegar y ver el Marriott me sentí como me imagino se sintió Michael Jackson la primera vez que vio Neverland.
Nos subimos a un camioncito con maletas y todo (ni modo somos gente muy sencilla) y nos bajamos en el mencionado hotel donde pienso que ninguno de los que ahí se hospedan llega en bus.

Desde ahí nos desplazamos hasta el Ferry Market que es un sitio sensacional para todos aquellos que disfrutamos del buen comer. Con la emoción de estar ahí y después de comprarme una pizza, un helado y un canolli, nos dimos cuenta que faltaban poco menos de 15 minutos para que debiéramos presentarnos en el Pier 33 con el fin de encontrarnos con el resto de la familia y zarpar a la isla de Alcatraz.

¡Que difícil tomar un taxi en San Francisco! La premura nos comió y debimos subirnos a un sospechoso taxi faltando solo diez minutos para zarpar, el cual sin ningún empacho nos ensartó quince dólares solo por llevarnos seis cuadras. ¡No hay derecho!

Llegamos barriéndonos en segunda al muelle en el que ya nos esperaba mi papá, mi tía Manzana, mi tío Oso (que no tiene nada que ver con mi tía la Osa) y mi prima la Pichona; después de los saludos y los abrazos abordamos el ferry y quince minutos después estábamos en la roca.
El paseo es muy interesante aunque casi deja uno el alma en la subida a la famosa prisión. Yo pienso que el primer castigo que recibían los reos era tener que subir esa empinada cuesta.

La agenda del día impuesta de manera tajante por mi prima mamá Gallina (Madre de la novia), dictaba que deberíamos presentarnos de manera obligatoria y fuera de cualquier discusión, en punto de las seis de la tarde en la casa en que sería la cena de ensayo; puntualitos… porque en Estados Unidos sí son puntuales (así dijo ella), no enseñen la cepa Azteca. Derivado de esta instrucción nos impuso además un toque de queda con la siguiente amenaza: El que no estuviera a esa hora en ese lugar bañado, peinado y bien arreglado, sería inmediatamente pasado por las armas en el garage y su cabeza sería exhibida colgada de un tranvía para que todo San Francisco escarmentara con tan irresponsable acción. Además sería enterrado en una planicie inubicable donde mil caballos cabalgarían sobre su tumba para que nunca nadie supiera ni a donde llevarle flores. Así de importante era la pinche cena de ensayo.

Ante tal coerción era de entender que toda la familia tuviera miedo y quisieran que su paso por Alcatraz fuera más rápido que el de Al Capone. Pero la verdad es que a mi mamá Gallina me podía decir misa ya que no conozco más ley que la que a mi se me da la gana. Así que cuando quisieron apurarme para terminar rapidito el recorrido, los mandé a sacarse los mocos esposa incluida, que eso ya era bastante insubordinación.
Tu lector querido de este virginal blog, entenderás que sí yo no obedezco a nadie en mi casa, mucho menos en San Francisco y mucho menos en Alcatraz donde nadie obedece a nadie. Tal vez fue esa emoción de sentirme fuera de la ley la que me impulsó a actuar así.
Abajo en el muelle y solo una vez que terminé mi tour, me reuní con el resto de la familia, porque el ferry no iba a zarpar antes nada más por mandato de Mamá Gallina. Así regresamos todos juntos a buen puerto.

Se nos hizo tarde (para variar…) en llegar al hotel y tuvimos que arreglarnos rápidamente, lo cual a la Generala la encoleriza.
Mi consorte necesita tres horas y media para tomar su baño de burbujas relajante, lavarse los dientes, peinarse, ponerse tres o cuatro vestuarios distintos para al final no estar decidida cien por ciento con lo que lleva. Además de las incontables horas que requiere para maquillarse como si fuera a actuar en Cats.
Tengo que reconocer que yo atrás de ella preguntándole ¿Cuánto te falta? ¿Cuánto te falta? no era de gran ayuda. Por lo cual mi esposa salió profundamente encabritada de nuestro cuarto. Porque el vestido no le gustaba, los zapatos tampoco, la bolsa menos, no se había maquillado bien, el pelo se le esponjaba, se le saltaba la pestaña, el collar no hacía juego, no se había bañado bien, tenía hambre y sed y además yo era un imbécil.
Yo solo me preguntaba a mi mismo sí no sería posible que volvieran a recibir gente en Alcatraz para enviarla un tiempito.

Para mi fortuna en el elevador nos tocó un ángel transfigurado en señora, quien elogió de manera oportuna el vestido y los zapatos de mi esposita así como lo bella que se veía, lo cual amortiguó de manera notable la caída de su alma al infierno de los vanidosos iracundos.
Cabe mencionar que yo ya le había dicho incontables veces lo bella que estaba; pero como en ese momento yo era persona Non Grata y prófugo de la justicia, ni me peló.

Ya en la calle era más fácil ver un ovni que un taxi y en medio de la desesperación de ser pasados por las armas de Mamá Gallina, mi esposa ahora con una nueva actitud ante la vida, se arrancó corriendo por las calles de San Francisco guapísima con su vestido y sus zapatos como Carrie Bradshaw en busca de un taxi. Regresó jadeante y heroica para decirnos que había encontrado uno, le había dicho que estábamos a la vuelta en el Hotel Hyatt y que ya venía para acá.
¿En el Hyatt mi amor? Si. ¿¿En el Hyatt?? Si – volvió a responder confiada como es- ¿Cuál Hyatt mi amor? ¿¿Cuál Hyatt?? ¡Sí no estamos en el Hyatt estamos en el Marriot! – mi domadora solo se mordió el labio nerviosa y fingió mucha molestia conmigo, pero ahora el enojado era yo.
Así pasó otro de esos sospechosos taxis negros que nos cobró treinta dólares por llevarnos diez cuadras a una velocidad imprudente (pero emocionante) por las calles de San Francisco. Yo aunque estaba enojado me sentía Steve McQueen en Bullitt.

La cereza en el pastel fue que cuando llegamos a la casa en la que sería la cena de ensayo diez minutos después de las seis y anticipando lo peor ante el inminente fusilamiento, nos bajamos del taxi y llegó Mamá Gallina en una camioneta repleta de gente.
Lo primero que pensé es que se trataba del pelotón de fusilamiento ¡pero no…! era la familia.
Así muy quitada de la pena y en tono amoroso mamá Gallina nos dijo: ¡Ay se nos hizo tarde!

Me pregunté si a mi esposita no le caería mal tener a Mamá Gallina de compañera de celda.

Continuará (por supuesto)…

2 comentarios:

  1. JAJAJA

    Que lindas historias de familia que tenés para compartir con nosotros !

    un poquito ladrones los taxistas ¿No?
    Hasta pronto !

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  2. Tienes que tener mucha paciencia, porque las mujeres suelen ser bastantes coquetas, y dentro de ellas, hay diferentes escalas.
    Un rampyabrazo.

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