lunes, 26 de octubre de 2009

For those who come to San Francisco...

Me siento como corresponsal de guerra. Por una parte quiero seguirle contando a los lectores de este virginal blog las aventuras en San Francisco; pero por el otro, están pasando tantas cosas que requieren mi inmediata atención, como por ejemplo la tremenda subida de impuestos que nos quieren dar nuestros gobernantes, el rebrote de la temida influenza y muchas cosas más.
Creo también que no hay prisa por reintegrarse a esas acaloradas discusiones así que seguiré evadiéndome de ello con mis historias que tal vez no sean de tan alto impacto pero por lo menos evitan me ponga a pensar con que voy a pagar todo el próximo año.

Después de este prólogo de incalculable valor literario y noticioso seguiré contando de nuestra llegada tarde a la cena de ensayo de Pollito y su galanazo de Serbia, donde pensamos que la dolorosa muerte sería inminente, hasta que mamá Gallina & Co llegaron más tarde que nosotros.

La cena tuvo lugar en una de esas casas victorianas que tanto abundan en San Francisco donde los anfitriones, una agradable pareja de hindúes (Indios dirían algunos pero yo no estoy de acuerdo, para mi los nativos de la India son hindúes aunque los dos términos sean correctos), nos recibió calurosamente en su residencia.

En aquella casa victoriana que se transformó en una torre de Babel, nos dimos cita tanto hindúes, serbios, austriacos, colombianos, cubanos y desde luego mexicanos. Nos esperaba para la cena una paella que tenía el tamaño reglamentario de un chapoteadero olímpico y el infaltable alcohol que fue el catalizador que permitió a tantas personas de tantas lenguas diferentes lograr un perfecto entendimiento los unos con los otros; o al menos nos dio la diplomacia necesaria para hacer creer a los otros que les entendíamos muy bien. Aunque por la cantidad de alcohol que se consumió, pienso que al final a nadie le importaba.

Mi tío Oso dejó de ser solo mi tío y pasó a ser el tío de todos los que se encontraban ahí, al convertirse en el “dealer” oficial de tequila de la cena de ensayo. Por lo menos valió la pena el que me hiciera cargar sus tres botellas desde Monterrey hasta allá, mismas que se reventaron los “springbreakers” en menos de dos horas.
Mi tío no habla ingles y “sus sobrinos” no hablaban español; pero ellos platicaron durante horas, se contaron sus cosas y disertaron sobre muchos temas variados hasta que vomitaron en una unísona guacara. Esto último no es cierto es solo para enfatizar mi punto.

La delegación serbia no decepcionó a la afición y presentó un elemento digno de la admiración de chicos y grandes; se trataba de la hermana del galanazo de Pollito, quien además de ser guapísima, tenía las piernas más largas de todas las representantes. También tenía al novio más baboso de todas las féminas ahí reunidas y ese título sí requiere de mayor admiración porque había mucha competencia.

El verdadero problema fue cuando “intenté” retirarme a mis aposentos en el ya mencionado hotel y este deseo fue tomado por la familia como sí les hubiera comunicado que acababa de unirme a una secta satánica dedicada a asesinar inocentes.

¿Por qué te quieres ir? Pues porque ya acabé de estar (así decía mi abuelo). ¡Ay que sangrón! No soy sangrón simplemente ya me quiero ir a mi hotel ¿Qué tiene eso de malo? Es que nunca nos juntamos. ¿Cómo de que no… y hoy que hicimos? Si pero quédate otro ratito. Que no, ya me quiero ir. Pero es que no hay quien te lleve. Ni falta que me hace tomo un taxi, al cabo ya me acostumbré a pagar mínimo treinta dólares por cada llevada y traída. ¡Ay que sangrón… espérate tantito! Pero es que ya me quiero ir ¿no se supone que este es un país libre y yo me puedo largar en punto de la hora que se me de mi gana? Pues si… pero no. Pues ya me voy y háganle como puedan.
Le dije a mi esposita: Espérame tantito voy por un taxi.

Así con mi indignación salí a la calle a tratar de tomar uno los siguientes 20 minutos muriéndome de frío y ninguno hizo el honor de pararse ¡ay de mí! Tuve que poner mi cara de papa con hipotermia y regresar a la fiesta que ya me tenía hasta la Mauser y esperarme a que el contingente se dignara a depositarme en mi hotel a la hora que este considerara oportuno.

La verdad es que esa fiesta a mi me pareció todo menos ensayo. A menos que el ensayo consistiera en calibrar la resistencia al alcohol para el día de la boda donde de plano ahí si la mayoría ya perdió por goleada.

Solo pude comprobar los siguientes hechos:
No importa la nacionalidad; a casi todo mundo le encanta ponerse hasta las chanclas.
No necesitas saber otro idioma sí estás hermanado por el alcohol.
Las serbias son bellas. Muy bellas.
Los taxis en San Francisco no sirven para nada.
A mi familia no le importa lo que yo quiera; solo lo que ellos quieran.
Mamá Gallina no tiene vergüenza pero como quiera le profeso todo mi amor.
Mi papá no es un buen aliado cuando de marcharse de una fiesta se trata y yo me sigo cuestionando su paternidad aunque mi mamá diga misa.
Las serbias son bellas. Muy bellas.
Siempre lleva un sweater a donde quiera que vayas en San Francisco.
Las cenas de ensayo sirven para dos cosas.

Este texto ya me tomó casi todo el espacio hablando solo de este acto que aunque fue divertida y la comida excelente, no debería haber tomado tanto; lo cual una vez más muestra mi altísima capacidad para divagar y hacer saltos mortales cada vez que me pongo a escribir.

Pero por favor váyanse haciendo un sándwich en lo que regreso porque aún falta la boda y muchas cosas bonitas de este viaje.

miércoles, 21 de octubre de 2009

You're Gonna Meet Some Gentle People There

El viernes pintaba ser un día bastante agitado. Lo primero que hicimos fue levantarnos, volver a hacer maletas y cambiarnos de hotel. ¿Por qué? Pues porque mi tío el que tiene la cartera y el corazón grande, nos disparó las cinco noches siguientes en un modesto hotel que se llama Marriott y que está en Union Square.

¡Que diferencia! En el Days Inn que estuvimos las dos primeras noches la verdad no estaba tan mal, pero después de eso, llegar y ver el Marriott me sentí como me imagino se sintió Michael Jackson la primera vez que vio Neverland.
Nos subimos a un camioncito con maletas y todo (ni modo somos gente muy sencilla) y nos bajamos en el mencionado hotel donde pienso que ninguno de los que ahí se hospedan llega en bus.

Desde ahí nos desplazamos hasta el Ferry Market que es un sitio sensacional para todos aquellos que disfrutamos del buen comer. Con la emoción de estar ahí y después de comprarme una pizza, un helado y un canolli, nos dimos cuenta que faltaban poco menos de 15 minutos para que debiéramos presentarnos en el Pier 33 con el fin de encontrarnos con el resto de la familia y zarpar a la isla de Alcatraz.

¡Que difícil tomar un taxi en San Francisco! La premura nos comió y debimos subirnos a un sospechoso taxi faltando solo diez minutos para zarpar, el cual sin ningún empacho nos ensartó quince dólares solo por llevarnos seis cuadras. ¡No hay derecho!

Llegamos barriéndonos en segunda al muelle en el que ya nos esperaba mi papá, mi tía Manzana, mi tío Oso (que no tiene nada que ver con mi tía la Osa) y mi prima la Pichona; después de los saludos y los abrazos abordamos el ferry y quince minutos después estábamos en la roca.
El paseo es muy interesante aunque casi deja uno el alma en la subida a la famosa prisión. Yo pienso que el primer castigo que recibían los reos era tener que subir esa empinada cuesta.

La agenda del día impuesta de manera tajante por mi prima mamá Gallina (Madre de la novia), dictaba que deberíamos presentarnos de manera obligatoria y fuera de cualquier discusión, en punto de las seis de la tarde en la casa en que sería la cena de ensayo; puntualitos… porque en Estados Unidos sí son puntuales (así dijo ella), no enseñen la cepa Azteca. Derivado de esta instrucción nos impuso además un toque de queda con la siguiente amenaza: El que no estuviera a esa hora en ese lugar bañado, peinado y bien arreglado, sería inmediatamente pasado por las armas en el garage y su cabeza sería exhibida colgada de un tranvía para que todo San Francisco escarmentara con tan irresponsable acción. Además sería enterrado en una planicie inubicable donde mil caballos cabalgarían sobre su tumba para que nunca nadie supiera ni a donde llevarle flores. Así de importante era la pinche cena de ensayo.

Ante tal coerción era de entender que toda la familia tuviera miedo y quisieran que su paso por Alcatraz fuera más rápido que el de Al Capone. Pero la verdad es que a mi mamá Gallina me podía decir misa ya que no conozco más ley que la que a mi se me da la gana. Así que cuando quisieron apurarme para terminar rapidito el recorrido, los mandé a sacarse los mocos esposa incluida, que eso ya era bastante insubordinación.
Tu lector querido de este virginal blog, entenderás que sí yo no obedezco a nadie en mi casa, mucho menos en San Francisco y mucho menos en Alcatraz donde nadie obedece a nadie. Tal vez fue esa emoción de sentirme fuera de la ley la que me impulsó a actuar así.
Abajo en el muelle y solo una vez que terminé mi tour, me reuní con el resto de la familia, porque el ferry no iba a zarpar antes nada más por mandato de Mamá Gallina. Así regresamos todos juntos a buen puerto.

Se nos hizo tarde (para variar…) en llegar al hotel y tuvimos que arreglarnos rápidamente, lo cual a la Generala la encoleriza.
Mi consorte necesita tres horas y media para tomar su baño de burbujas relajante, lavarse los dientes, peinarse, ponerse tres o cuatro vestuarios distintos para al final no estar decidida cien por ciento con lo que lleva. Además de las incontables horas que requiere para maquillarse como si fuera a actuar en Cats.
Tengo que reconocer que yo atrás de ella preguntándole ¿Cuánto te falta? ¿Cuánto te falta? no era de gran ayuda. Por lo cual mi esposa salió profundamente encabritada de nuestro cuarto. Porque el vestido no le gustaba, los zapatos tampoco, la bolsa menos, no se había maquillado bien, el pelo se le esponjaba, se le saltaba la pestaña, el collar no hacía juego, no se había bañado bien, tenía hambre y sed y además yo era un imbécil.
Yo solo me preguntaba a mi mismo sí no sería posible que volvieran a recibir gente en Alcatraz para enviarla un tiempito.

Para mi fortuna en el elevador nos tocó un ángel transfigurado en señora, quien elogió de manera oportuna el vestido y los zapatos de mi esposita así como lo bella que se veía, lo cual amortiguó de manera notable la caída de su alma al infierno de los vanidosos iracundos.
Cabe mencionar que yo ya le había dicho incontables veces lo bella que estaba; pero como en ese momento yo era persona Non Grata y prófugo de la justicia, ni me peló.

Ya en la calle era más fácil ver un ovni que un taxi y en medio de la desesperación de ser pasados por las armas de Mamá Gallina, mi esposa ahora con una nueva actitud ante la vida, se arrancó corriendo por las calles de San Francisco guapísima con su vestido y sus zapatos como Carrie Bradshaw en busca de un taxi. Regresó jadeante y heroica para decirnos que había encontrado uno, le había dicho que estábamos a la vuelta en el Hotel Hyatt y que ya venía para acá.
¿En el Hyatt mi amor? Si. ¿¿En el Hyatt?? Si – volvió a responder confiada como es- ¿Cuál Hyatt mi amor? ¿¿Cuál Hyatt?? ¡Sí no estamos en el Hyatt estamos en el Marriot! – mi domadora solo se mordió el labio nerviosa y fingió mucha molestia conmigo, pero ahora el enojado era yo.
Así pasó otro de esos sospechosos taxis negros que nos cobró treinta dólares por llevarnos diez cuadras a una velocidad imprudente (pero emocionante) por las calles de San Francisco. Yo aunque estaba enojado me sentía Steve McQueen en Bullitt.

La cereza en el pastel fue que cuando llegamos a la casa en la que sería la cena de ensayo diez minutos después de las seis y anticipando lo peor ante el inminente fusilamiento, nos bajamos del taxi y llegó Mamá Gallina en una camioneta repleta de gente.
Lo primero que pensé es que se trataba del pelotón de fusilamiento ¡pero no…! era la familia.
Así muy quitada de la pena y en tono amoroso mamá Gallina nos dijo: ¡Ay se nos hizo tarde!

Me pregunté si a mi esposita no le caería mal tener a Mamá Gallina de compañera de celda.

Continuará (por supuesto)…

jueves, 15 de octubre de 2009

Be sure to wear some flowers in your hair

Nuestra primer mañana en San Francisco fue el día que mi rodilla izquierda estuvo más enojada conmigo. Cada paso que daba me la mentaba como diciendo: ¡Ahí está! ¿No querías venir a tu viajecito? ¡Pues ahora sufre canalla!
Yo la mande a freír espárragos y así avanzamos sobre esta hermosa ciudad bajo un clima helado y con neblina que yo pienso se puso de acuerdo con mi rodilla para fastidiarnos.

San Francisco está situada en una bahía y no es la típica ciudad estadounidense.
Hago un breve paréntesis para decir que me repurga que les llamen americanos o norteamericanos, para mi son estadounidenses. Americanos somos todos los que vivimos en América desde Argentina hasta Alaska; y norteamericanos somos todos los que vivimos en México, Estados Unidos y Canadá.
Entonces yo soy Americano igual que Pele y Maradona y Norteamericano igual que Obama, quien por cierto es estadounidense.

Nuestra primera parada a la cual llegamos a pie, fue el maravilloso Palace of Fine Arts que es un edificio de estilo griego situado junto a un apacible laguito donde los patos y otras aves nadan y se acicalan despreocupadamente. Para los que no tengan ni la más remota idea de que hablo, vean la película de La Roca y es donde Sean Connery se encuentra con su hija.

Frente a toda esta belleza hay unas hermosas casitas y no pude evitar pensar en toda esa bola de desgraciados que viven ahí y cuando salen al trabajo, sí es que tienen, ven esa postal conformada por el lago, el Palacio, los jardines y los árboles.
Yo en cambio cuando salgo al trabajo, me tengo que conformar con ver mi parque que ahorita está verde pero eso no es común, al gato de la comunidad, a la vecina que se parece a alguno de los personajes de la Guerra de las Galaxias lavando su camioneta y en lugar del palacio el cuartito del jardinero del parque. ¿Por qué Dios les da a unos y a otros no?

Después de esto tomamos un bus para ir al magnífico Golden Gate Park haciendo una breve escala en el Golden Gate Bridge del que no se veían ni las casetas de cobro por la neblina. Mi mamá me decía: ¿A dónde está el puente? Pues estamos en el. Pero no se ve nada. Es por la neblina. Pero es que yo lo quiero conocer, no vine a San Francisco solo para ver del Golden Gate al señor que cobra en la casetita ¿verdad? No gordita (así le digo a mi mamá) claro que no, seguro mañana se quita la neblina y lo vas a poder ver en todo su esplendor. Más le vale al pinche puente pensé.

Así llegamos a Golden Gate Park que es una enorme maravilla, donde mi esposita nos invito… déjenme repetir eso porque ni yo me la creí: Mi esposa a quien amo profundamente, NOS INVITO ella con su dinero, ganado con el sudor de su frente y de sus manos, NOS PAGO, la entrada al extraordinario Japanese Tea Garden.

Terminando esta larga caminata nuestros pies ya nos hacían como teléfono ocupado y mi rodilla se quejaba amargamente de todo, aunque yo ya me había untado y tomado no se que para el dolor, además de ponerme una rodillera que compré Wallgreen’s que me sirvió para dos cosas.

En nuestro recorrido en bus al cruce de las calles Haight y Ashbury conocido como la cuna del movimiento hippie, fuimos testigos de un altercado bastante desagradable entre nuestra conductora y un transeúnte.

La conductora tenía cara de Mr. T estreñido y se puso como pepita en comal cuando en una parada varios se le metieron por atrás. Bueno no precisamente a ella sino a su portentoso vehículo (de otro modo yo también me enojaba). La señora suelta el volante, recorre el pasillo hasta la puerta de en medio y empieza a bajarlos. ¡Que carácter! La gente se empezó a bajar diciéndole a la conductora todas las letanías que se sabían. Pero un transeúnte que rondaba los veinte años que se le pone al brinco a nuestra templada auriga, se le acerca y le pone la cara en la cara como si la quisiera morder y le dice: I have to go to my work bitch!, que quiere decir: Oiga señora por favor no me baje del bus porque tengo que llegar a mi trabajo.
La señora lo baja del camion y le dice: You’re the Bitch… that’s why I go and you not!, que quiere decir: Faltaba más… por favor espérame tantito y vuelvo más tarde por ti.

¡Tómala… que el muchacho abre la puerta y se vuelve a subir! ¡Y le empieza a gritar!: What is wrong with you black bitch!!?? ¡Órale! Todos los pasajeros atónitos pero eso si, sin meternos, porque la verdad no había nada que defender, ella era una hija de Satanás y el un baboso. Así que calladitos nos veíamos más bonitos.
Después de unos minutos el muchacho se bajó más calientito que un hot dog y volvió a arrancar el transporte operado por nuestra turbada conductora.

Mi domadora me sugirió que mejor nos bajáramos en la siguiente parada antes de que Mrs. T nos matara en un poste y así lo hicimos.

El barrio Hippie tiene un encanto especial, pareciera que te transporta a una dimensión desconocida donde todos son ejemplares exóticos. Desde la muchacha con el pelo azul, hasta los sesentones que se subieron en una combie que iba a Woodstock pero nunca se bajaron.

De ahí hicimos en otro bus (con un conductor menos combativo) el viaje hasta la famosa esquina de Powell y Market donde inicia uno de los recorridos más característicos de San Francisco. Estoy hablando del Tranvía.

Yo ya había hecho este recorrido y estaba dispuesto a volverlo a hacer, pero la verdad es que nos tocaron de compañeros puros gandallas que se subieron antes que nosotros y nos toco en la parte de adentro sin poder ver mucho.
El tranvía en San Francisco se tiene que hacer afuera o colgado de el. Ya de perdida parado en la parte trasera. Pero adentro y repleto de gente sin poder ver nada, es como bailar con la prima. Se disfruta pero no le puedes dar el “llegue”.

Para terminar el día llegamos a Ghiradelli Square, una antigua fábrica de chocolate donde hacen el mejor Sundae que he comido en mi vida, mismo que no estaba dispuesto a indultar. Es un lugar muy agradable donde hay un mesero de esos excéntricos que canta en las mesas. El me dijo en su ingles italianizado, que su cantante preferido era el argentino Carlos Gardel.
Rápidamente pensé en mi colega bloggero
Gonzalo Vázquez, quien sí se enterará de este incidente sin que yo hubiera hecho algo por remediarlo, sería capaz de asesinarme con una tira de asado uruguayo.

Por lo que rápidamente corregí al señor acerca del origen de Carlos Gardel y que no era argentino sino uruguayo. Así se fue el con su nuevo conocimiento adquirido y así también nosotros nos fuimos al hotel con los pies cansados y el alma contenta.

Gonzalo me debes un choripan.

domingo, 11 de octubre de 2009

If you go to San Francisco...

“Un viaje de mil leguas comienza con el primer paso”, así dice un viejo refrán chino, aunque no estoy seguro sí el viaje a San Francisco fueron tantas leguas pero si estoy seguro que lo empezamos con un primer paso, mismo que yo di para bajarme de mi cama a una importuna hora.
Como suele sucederme antes de cualquier viaje que emprenda ya sea al fin del mundo o a Saltillo, yo no pude dormir bien.
Con mis tres horas de sueño me levante con la emoción y premura de iniciar nuestro importante recorrido el cual comprendía tres importantes etapas:

Viajar por auto a McAllen Texas (para mayor información ver Crónica McAllenesca en este espacio), volar a la ciudad de Houston y de ahí tomar un segundo avión a San Francisco. En un recorrido que nos tomaría algo así como quince horas de viaje.

Con esa premura y exagerada planeación que me caracteriza para los viajes, cogí a mi esposa (es un decir…), a mi mamá, las tres maletas y así abordamos nuestro vehículo conducido por su servilleta como flamante auriga.
Previó a esto llevé al buen Joey a su Alcatraz para perros, donde el can esperaría impaciente y contaría las horas y los días con rayitas en su celda, de que sus queridos amos volvieran a su lado.

Dos cosas no contempladas en mi milimétrico plan sucedieron. La primera de ellas fue que en Monterrey caía una pertinaz lluvia estilo londinense con un frío sabroso.
Los que conozcan esta caprichosa ciudad, sabrán que a mis amigos los regiomontanos sí uno les escupe en el piso se resbalan, chocan uno con otro y se caen. Imaginen eso ahora cuando manejan.
Esto lo digo solo para manifestar lo peligroso de la empresa. En ese momento de nuestro viaje, un choque de cualquier tipo hubiese sido fatal para nuestra apretada agenda.

La segunda cosa que sucedió y que no estaba en el plan fue que mi rodilla izquierda decidió que ella no quería ir a San Francisco, que ella se quedaba en Monterrey, que tenía muchas cosas que hacer, que le trajéramos una foca de peluche y que nos fuera muy bien.
Yo no podía dejar a mi rodilla en Monterrey, ¿Cómo hubiese caminado por esas típicas subidas y bajadas de San Francisco sin mi rodilla izquierda? Así que le ordene que de inmediato se alistara, se pusiera algo bonito y se fuera con nosotros.
Ella obedeció a regañadientes y fue, pero a modo de protesta me dolió durante todo el viaje.

Así mojados y yo lisiado, la emprendimos hasta la frontera.
El camino a McAllen fue tranquilo y sin novedad hasta que llegó el momento de cruzar la paranoica frontera de los gringos.
¿Tiene algo que declarar? Me preguntó la inusualmente guapa oficial de la caseta.
Sí - Contesté decidido- Dos botellas de tequila que llevo de regalo.
Pase ahí y pague el impuesto para las botellas. Correcto -contesté obediente como soy.
Oiga oficial nos dirigimos a McAllen porque vamos a tomar un vuelo a Houston, para después tomar un vuelo a San Francisco; por lo que necesito tres permisos de internación.

Para los que no sepan de esto, uno puede cruzar la frontera de los Estados Unidos por tierra. Pero eso no quiere decir que uno se pueda descolgar hasta Washington desde ahí a saludar a Barack y a Michelle. ¡Claro que no! Sí uno quiere internarse más de 30 millas, o algo así, debe tramitar un permiso de internación.
Ok. Así me contestó la inusualmente guapa oficial de la caseta. Pase a ese modulo de allá y tramítelos por módicos 6 dólares por permiso. Allá fuimos.

Ahí nos atendió un usualmente feo oficial de migración, que tenía cara de que le acababan de hacer el examen de la próstata.
Este Ohhsaycanyousee se me puso medio flamenco porque no llevaba yo un comprobante de domicilio.
Necesito uno para asegurar que usted no se quedará a vivir en los Estados Unidos me dijo en su ingles. No traigo ninguno le contesté en mi ingles. Y por supuesto que no pienso quedarme a vivir allá. Eso último solo lo pensé.
Necesitamos un comprobante de domicilio le dijo el usualmente feo oficial de migración a su Padawan, que lo miraba con ojos de Danielsan al señor Miyagi.

En eso, se me ocurre interrumpir al señorcito para decirle que traía yo mis recibos de nómina, una carta de mi empleo, pagos de hipoteca, acta de defunción y apuntes de historia de la secundaria ¡y que se me enoja!
Señor usted es el que tiene el problema. ¡Yo no! - me dijo en su ingles - ¡Usted es el que quiere el permiso de internación y yo se lo puedo negar sí quiero!

Me imaginé al tipo siendo devorado por varios tiburones mientras un elefante le hacía otro examen de la próstata con su patita… pero no le dije nada porque aunque mi rodilla no quisiera, yo iba a San Francisco y este baboso se quedaría en Hidalgo Texas el resto de su vida.

Después de hacernos “el favor” nos dio los permisos mismos que pagamos con sus íntegros y constantes dieciocho dólares y nos largamos de ahí yo haciendo chile con la cola (aunque el origen de esa expresión me es totalmente desconocido) pero aliviado de poder entrar a los “United” y poder comenzar la segunda fase de nuestro viaje.

Después de un anhelado desayuno en ese elegante restaurante donde solo dejan entrar a algunas estrellas de cine y a nosotros llamado IHOP; avanzamos sobre el aeropuerto de McAllen que se parece mucho a la terminal de autobuses de Querétaro.
Nos inspeccionaron nuestras visas por todos lados como sí no confiaran en nosotros, nos olieron los permisos de internación, los pasaron por una lucecita, nos quitaron los cinturones, los zapatos y por poco la dignidad y después de darse cuenta de que no éramos terroristas de Al Qaeda nos dejaron subir al avión.

Llegamos a Houston en una hora; corrimos a la otra terminal (yo solo con la rodilla derecha porque la otra se negaba), nos subimos al avión donde afortunadamente ya no nos olieron nada, nos pidió una sobrecargo de esas chistosas que nunca le han hecho un examen de próstata, que apagáramos las Blackberries, Bluberries, Rasperries y todas las berries y despegamos.

Mi esposita se dedicó a babearme el brazo derecho las cuatro horas de vuelo y mi cabecita blanca y yo intentamos dormir sin éxito. Hasta consideré pagar seis dólares para que me permitieran ver una película pero como me los había gastado en el permiso…

Llegamos a San Francisco a las diez, nuestras doce de la noche, nos subimos al taxi y treinta minutos y cuarenta dólares después, nos dejó en nuestro hotel. Todo esto duró dieciséis horas.

No me quiero imaginar cuanto nos hubiera tomado un viaje a Tokio o Rarotonga.

jueves, 8 de octubre de 2009

Solidaridad: Unirse a la Causa de Otros

Hoy me comprometí como parte de una excelente iniciativa, a escribir sobre la Solidaridad. ¿Cómo esperan que le cuente al mundo acerca del inolvidable periplo a San Francisco sí siguen saliendo cosas por escribir?

Primero la conejita que hace su check in a este mundo el día menos pensado; y ahora mi cuatacha Andrea Paparella, los ojos más bellos que leen este virginal blog; me invita a unirme a esta loable iniciativa. Yo con esa habilidad que tengo para subordinarme al sexo femenino, me SOLIDARIZO con ella y con Senovilla creador de la misma, para hablar de este intrincado y esperanzador concepto que es la solidaridá (así dirían algunas personas sin la “d”)

Desafortunadamente la palabra no trae muy buenos recuerdos a los mexicanos en específico, ya que así se llamó el programa que abanderó el sexenio de uno de los presidentes más rateros que hemos tenido.
Recuerdo que mis primeros encuentros con la palabra Solidaridad, se dieron en aquellos comerciales hechos en serie por el gobierno de este innombrable pelón; donde un niño se quejaba amargamente con su papá sobre el hecho de que siempre llegaba a la escuela con los zapatos sucios, porque su calle no estaba pavimentada y con las lluvias se le enlodaban en el camino.

Después salía el mismo niño con su papá dando las gracias al programa Solidaridad por haberles pavimentado su calle y ahora siempre llegaba con los zapatitos limpios.
¡Háganme el C. favor!

Había otro, tal vez el más famoso de estos comerciales, de un muchacho bastante menso el cual llegaba corriendo con un viejito y le decía en su medio español: ¡Don Beto, Don Beto… ya tenemos carretera!
Don Beto en un nostálgico flashback, le recordaba al muchacho (que por cierto se parecía mucho al Güero cuando este era flaco), los trabajos que pasaban yendo y viniendo cuando antes no había una carretera allí en su pueblo, misma que ahora gracias al heroico y desinteresado programa Solidaridad, ya tenían.
Al final al teto del muchacho se le salía una lágrima y Don Beto le decía: ¿Estás llorando? Y el contestaba: No… se me metió una basurita en el ojo.

Cuando pienso en ello no puedo evitar recordar la cantidad de estupideces como esta que he tenido que soportar en mis treinta y un años.

Sin embargo los comerciales dentro de todo tenían un eslogan muy llegador que decía: “Solidaridad: Unirse a la causa de otros”

Al margen de cual fuera la causa a la que nuestro entonces Presidente quisiera unir a los mexicanos en ese tiempo… el slogan por sí solo es poderosísimo.

En este nuevo mundo que hoy nos toca habitar creo que tenemos mucho que aprender de aquella solidaridad que profesaban nuestros abuelos y los abuelos de ellos.
¿Qué nos ha pasado a la humanidad con un concepto tan importante que hemos dejado de profesar?
Vemos en las grandes ciudades que a alguien le da un paro cardiaco en el metro y lo dejan ahí hasta que en la noche el operador le dice: Ya bájese señor, ya se acabó el turno, solo para darse cuenta que el pobre lleva muerto seis horas. Nos hemos vuelto tan apáticos entre nosotros mismos, que a veces nos hacemos de la vista gorda cuando vemos que están robando la casa del vecino solo para no meternos en un problema.
Hace tan solo unas semanas en la estación del metro Balderas de la Ciudad de México, el único de los mil y tantas personas en la estación, que se solidarizó con un policía a quien un loco estaba balaceando, fue un señor.
¿Un señor de entre mil y tantos? Fue el único de toda la bola de miedosos que estaban ahí que se le aventó al tipo y lo golpeo hasta que el que iba armado lo mató.

No puedo evitar preguntarme: ¿Que habría pasado sí el resto se hubieran unido a la causa de este señor y juntos hubiesen desarmado a este soberano pendejo?
Tal vez ese hombre, el único valiente de muchos, hoy estaría vivo disfrutando a sus cinco hijos.

Ese ejemplo es muy duro sin embargo vemos a diario viejitos perdidos, hombres y mujeres que padecen de sus facultades caminando en medio de la calle, jóvenes que no saben ni limpiarse el trasero fumando o bebiendo y no hacemos nada, niños a quienes sabemos que sus padres mandan a la calle a pedir dinero en lugar de enviarlos a la escuela.

Para nuestros abuelos y más atrás, el simple hecho de vivir en una comunidad los volvía plenamente responsables de todo lo que en ella sucedía. Asumían la responsabilidad y se comprometían. No les importaba sí los conocían a todos o no. Eso mis queridos lectores si era solidaridad, eso era unirse realmente a la causa de otros y era buscar el bien común juntos.

¿En que parte del camino perdimos ese espíritu?

Tengo teorías pero la realidad es que no lo se. Lo único que estoy seguro es que nos urge recuperarlo. Pero mientras eso ocurre, solo me queda unirme a la causa de los que piden que hablemos de esto y seguir creyendo que en algún lugar del mundo existe la solidaridad y que va más allá de una carretera nueva y de zapatos enlodados.

viernes, 2 de octubre de 2009

¡Habemus Conejitam!

Por sí mis escasos pero leales lectores no se habían dado cuenta, les hago saber que estuve ausente una semana en la que le puse pausa a mi vida para largarme a San Francisco a unas tal vez no merecidas pero si anheladas vacaciones.

Todavía no se como le voy a contar al mundo sobre este frenético periplo que emprendimos el miércoles veintitrés mi amada esposa, mi querida madre y su servilleta a tierras californianas.

Antes de llegar a esas crónicas de nuestro viaje tengo que hacer un importante paréntesis para hacer saber Urbi et Orbi la buena nueva: ¡Habemus Conejitam!

Resulta que justo a la mitad de nuestro viaje como bien lo pronosticó mi mejor amigo el Güero bajo amenaza de mi parte y ya comentadas anteriormente en este espacio; la esperada bebe de los conejos decidió hacer su entrada triunfal a este mundo el pasado sábado veintiséis de septiembre en pleno 60º aniversario de la República Popular de China.

Baste decir que mi domadora y mis papás nos encontrábamos en pleno barrio Chino en San Francisco siendo testigos de un importante desfile cuando mi cuñado el Pelón, quien tiene la difícil tarea de ser el esposo de mi hermana, nos avisó que la Conejita venía en camino ya.
Después de las pronunciadas mentadas y recordatorios de partirle su madre a todos los que colaboraran de alguna forma con el nacimiento de ella y no esperarán a nuestro retorno, nos invadió una súbita alegría y emoción por la llegada de la nueva integrante de la familia.

Para los que no nos conocen, aunque el Güero (papá conejo ahora) y yo no tenemos parentesco alguno; los dos nos hemos escogido el uno al otro como hermanos por lo que la conejita es mi sobrina y fin de la discusión.

La Bebe junto con sus dos kilos setecientos gramos decidió llegar al mundo vía cesarea para seguirle haciendo la vida de cuadritos a su madre quien seguramente preferirá caminar sobre lava hirviendo que volverse a embarazar.

Ana Valeria, ese es el fortísimo nombre de la conejita. Como tu tío te doy la bienvenida a este mundo el cual estoy seguro te encantará.

Verás… en este mundo somos más de seis billones de habitantes. Una disculpa de antemano por tenerlo tan sucio para ti y los de tu generación, pero no te preocupes ya lo estamos limpiando para dejárselos mejor. Sin embargo más adelante tu ayuda será muy importante para hacerlo mejor aún.

Para cuando tú tengas tus ideas de cómo hacerlo, a lo mejor nosotros no las entenderemos y tal vez hasta nos opongamos, pero no te preocupes, es algo normal que la generación anterior no entienda a la que le sigue y viceversa.

Te platico que tenemos muchas cosas muy feas, crisis económicas, ambientales y peor aún de valores; tenemos unos cerdos horribles que se llaman políticos y se dedican solo a hacernos la vida miserable.

Sin embargo te darás cuenta que también tenemos cosas muy buenas por las que vale la pena estar aquí y que hacen que todo lo malo no tenga la menor importancia como por ejemplo el chocolate, el helado, los niños, los animales, nuestra historia y sobretodo la familia y los amigos.

Hay trenes y aviones, hay plantas y flores, hay árboles altísimos que están aquí desde mucho antes que tus abuelos. Tenemos crayolas y muchas hojas en blanco que esperan que tu las dibujes; también hay juegos y carruseles con muchas figuras y te podrás subir en la que más te guste, hay algodones de azúcar y parques.

Tenemos en este mundo lugares y ciudades muy bonitas que ya conocerás. Por ejemplo en esta ciudad que te tocó nacer, tenemos el Cerro de la Silla, las montañas y nuestras fabulosas carnes asadas. Esas nos permiten estar con nuestros seres queridos entorno a una mesa o asador y platicar de muchas cosas.

En este mundo que habitamos en el que tú eres nueva, también tenemos gente de todos colores, blancos, negros, amarillos, rojos y morenos aunque después te darás cuenta que el color no es más que un accesorio que no define a la persona.

Tu eres más afortunada que otros niños que llegan igual que tu. Tienes a tus papás contigo y aunque ahora tengan cara de sopes te quieren muchísimo. Además llegas a una casa nueva de paquete con un cuarto recién pintado solo para ti; tienes a tus abuelos y tus tíos, nos tienes a nosotros que te queremos desde antes que nacieras y todos los días tendrás comida en tu mesa, desafortunadamente no todos los bebes de tu edad pueden decir los mismo.

Tenemos los mares que esperan que los cruces, tenemos los campos que esperan que los camines y un cielo azul que algún día podrás ver de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo.

Esas son solo algunas de las muchas cosas que te esperan aquí, disfrútalo porque algún día te darás cuenta que la verdad no dura mucho.

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