lunes, 26 de octubre de 2009

For those who come to San Francisco...

Me siento como corresponsal de guerra. Por una parte quiero seguirle contando a los lectores de este virginal blog las aventuras en San Francisco; pero por el otro, están pasando tantas cosas que requieren mi inmediata atención, como por ejemplo la tremenda subida de impuestos que nos quieren dar nuestros gobernantes, el rebrote de la temida influenza y muchas cosas más.
Creo también que no hay prisa por reintegrarse a esas acaloradas discusiones así que seguiré evadiéndome de ello con mis historias que tal vez no sean de tan alto impacto pero por lo menos evitan me ponga a pensar con que voy a pagar todo el próximo año.

Después de este prólogo de incalculable valor literario y noticioso seguiré contando de nuestra llegada tarde a la cena de ensayo de Pollito y su galanazo de Serbia, donde pensamos que la dolorosa muerte sería inminente, hasta que mamá Gallina & Co llegaron más tarde que nosotros.

La cena tuvo lugar en una de esas casas victorianas que tanto abundan en San Francisco donde los anfitriones, una agradable pareja de hindúes (Indios dirían algunos pero yo no estoy de acuerdo, para mi los nativos de la India son hindúes aunque los dos términos sean correctos), nos recibió calurosamente en su residencia.

En aquella casa victoriana que se transformó en una torre de Babel, nos dimos cita tanto hindúes, serbios, austriacos, colombianos, cubanos y desde luego mexicanos. Nos esperaba para la cena una paella que tenía el tamaño reglamentario de un chapoteadero olímpico y el infaltable alcohol que fue el catalizador que permitió a tantas personas de tantas lenguas diferentes lograr un perfecto entendimiento los unos con los otros; o al menos nos dio la diplomacia necesaria para hacer creer a los otros que les entendíamos muy bien. Aunque por la cantidad de alcohol que se consumió, pienso que al final a nadie le importaba.

Mi tío Oso dejó de ser solo mi tío y pasó a ser el tío de todos los que se encontraban ahí, al convertirse en el “dealer” oficial de tequila de la cena de ensayo. Por lo menos valió la pena el que me hiciera cargar sus tres botellas desde Monterrey hasta allá, mismas que se reventaron los “springbreakers” en menos de dos horas.
Mi tío no habla ingles y “sus sobrinos” no hablaban español; pero ellos platicaron durante horas, se contaron sus cosas y disertaron sobre muchos temas variados hasta que vomitaron en una unísona guacara. Esto último no es cierto es solo para enfatizar mi punto.

La delegación serbia no decepcionó a la afición y presentó un elemento digno de la admiración de chicos y grandes; se trataba de la hermana del galanazo de Pollito, quien además de ser guapísima, tenía las piernas más largas de todas las representantes. También tenía al novio más baboso de todas las féminas ahí reunidas y ese título sí requiere de mayor admiración porque había mucha competencia.

El verdadero problema fue cuando “intenté” retirarme a mis aposentos en el ya mencionado hotel y este deseo fue tomado por la familia como sí les hubiera comunicado que acababa de unirme a una secta satánica dedicada a asesinar inocentes.

¿Por qué te quieres ir? Pues porque ya acabé de estar (así decía mi abuelo). ¡Ay que sangrón! No soy sangrón simplemente ya me quiero ir a mi hotel ¿Qué tiene eso de malo? Es que nunca nos juntamos. ¿Cómo de que no… y hoy que hicimos? Si pero quédate otro ratito. Que no, ya me quiero ir. Pero es que no hay quien te lleve. Ni falta que me hace tomo un taxi, al cabo ya me acostumbré a pagar mínimo treinta dólares por cada llevada y traída. ¡Ay que sangrón… espérate tantito! Pero es que ya me quiero ir ¿no se supone que este es un país libre y yo me puedo largar en punto de la hora que se me de mi gana? Pues si… pero no. Pues ya me voy y háganle como puedan.
Le dije a mi esposita: Espérame tantito voy por un taxi.

Así con mi indignación salí a la calle a tratar de tomar uno los siguientes 20 minutos muriéndome de frío y ninguno hizo el honor de pararse ¡ay de mí! Tuve que poner mi cara de papa con hipotermia y regresar a la fiesta que ya me tenía hasta la Mauser y esperarme a que el contingente se dignara a depositarme en mi hotel a la hora que este considerara oportuno.

La verdad es que esa fiesta a mi me pareció todo menos ensayo. A menos que el ensayo consistiera en calibrar la resistencia al alcohol para el día de la boda donde de plano ahí si la mayoría ya perdió por goleada.

Solo pude comprobar los siguientes hechos:
No importa la nacionalidad; a casi todo mundo le encanta ponerse hasta las chanclas.
No necesitas saber otro idioma sí estás hermanado por el alcohol.
Las serbias son bellas. Muy bellas.
Los taxis en San Francisco no sirven para nada.
A mi familia no le importa lo que yo quiera; solo lo que ellos quieran.
Mamá Gallina no tiene vergüenza pero como quiera le profeso todo mi amor.
Mi papá no es un buen aliado cuando de marcharse de una fiesta se trata y yo me sigo cuestionando su paternidad aunque mi mamá diga misa.
Las serbias son bellas. Muy bellas.
Siempre lleva un sweater a donde quiera que vayas en San Francisco.
Las cenas de ensayo sirven para dos cosas.

Este texto ya me tomó casi todo el espacio hablando solo de este acto que aunque fue divertida y la comida excelente, no debería haber tomado tanto; lo cual una vez más muestra mi altísima capacidad para divagar y hacer saltos mortales cada vez que me pongo a escribir.

Pero por favor váyanse haciendo un sándwich en lo que regreso porque aún falta la boda y muchas cosas bonitas de este viaje.

2 comentarios:

  1. XD compadre, ya con alcohol hasta arameo hablan todos. Y que paso? no hubo quién a las serbias les diera sus buenos balcanes XD

    No nos dejes en verguenza que vean que los mexicanos son buenos para el tequila, las canicas y la píratería. XD

    Saludos mi estimado.

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  2. Lo pasarías mal cuando querías retirarte antes de tiempo. Un relato muy divertido. Un rampyabrazo.

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